domingo, 4 de marzo de 2012

LA FILOSOFÍA DE S. AGUSTÍN

1.- VIDA Y OBRA:
      S. Agustín (354-430), obispo de Hipona, nació en Tagaste, provincia de Numidia, actual Argelia. Fue el más importante de los Padres de la Iglesia cristiana y uno de los primeros artífices de la síntesis entre la filosofía griega y la religión cristiana.
     
      Su padre, Patricio, era pagano, su madre, Sta Mónica, era cristiana, por lo que Agustín fue educado en el cristianismo. Hacia el 365, Agustín se trasladó a Madaura, población predominantemente pagana, donde aprendió gramática y  literatura latina y se apartó del cristianismo. Cuando murió su padre, en el 370, Agustín se trasladó a Cartago y comenzó a estudiar retórica. Allí comenzó a llevar una vida licenciosa, se buscó una amante y tuvo un hijo, Adeodato.

     La lectura del "Hortensio" de Cicerón le inclinó a la busca de la verdad. En esta época, adoptó el maniqueismo, religión  dualista fundada por Manes (  273),  según la cual el mundo es el escenario en el que se libra una lucha eterna entre dos principios cósmicos: el Bien (Ormuz) y el Mal,(Ariman), identificados  respectivamente con la Luz y las Tinieblas y con el alma y el cuerpo. Esta religión para Agustín tenía el mérito de explicar el origen del mal, inexplicable, según él, si se asumía el dogma cristiano de un Dios infinitamente sabio, bueno y poderoso que crea el mundo de la nada.

    En el año 374, volvió a Tagaste con su amante y su hijo y dio clases de gramática y literatura latina. Un año después se instaló en Cartago, fundó una escuela de retórica y conoció al obispo maniqueo Fausto, que no supo solucionarle sus problemas con la certeza. Se trasladó a Roma, donde creó una escuela de retórica y después a Milán. Allí, sin abandonar el maniqueísmo, se orientó hacia el platonismo. Agustín parece que leyó el Fedón platónico, donde se sostenía la teoría de las ideas, la inmortalidad del alma y la anamnesis y el Timeo, donde Platón atribuía al Demiurgo la función de ordenar la materia eterna conforme al modelo de las ideas y fue influido por el escepticismo académico. Leyó textos neoplatónicos, probablemente las Enneadas de Plotino, donde se sostenía que la primera emanación de Dios era el Nous o la Inteligencia en la que se contienen las ideas. El neoplatonismo le inspiró la idea del mal como privación.    

      La lectura de la epístola a los Romanos de San Pablo le convirtió al cristianismo y fue bautizado por S. Ambrosio, obispo de Milán, en el año 387. En el año 391, el obispo de Hipona le ordenó sacerdote y en el 396 acabó siendo obispo de Hipona. Desde su cargo, Agustín combatió las herejías donatista, pelagiana, prisciliana y arriana, sin renunciar para ello a la represión estatal. Murió en el 430, durante el asedio de Hipona por los vándalos.
      De entre su monumental obra destacan “Contra Académicos” (386), “De inmortalitate animae”, las “Confesiones”(410), su autobiografía, “De Trinitate”, “De Libero Arbitrio” (388-395) y “La ciudad de Dios” (426).

      Agustín influyó en la orden franciscana y en toda la filosofía y teología medievales, en especial en S. Anselmo, en S. Buenaventura y en Sto. Tomás. Influyó también  en Calvino, el reformador protestante defensor de la teoría de la predestinación, que según el sociólogo Max Weber, tuvo una considerable influencia en el desarrollo del espíritu capitalista.

    2.- EPISTEMOLOGÍA: EL CONOCIMIENTO

         2.1.- Fe y razón
      Agustín plantea el problema de la relación entre fe y razón. Como creyente de una religión monoteísta y revelada, asume que la actitud del cristiano ha de consistir en tener fe, en creer en las verdades reveladas por los Libros Sagrados,  entre ellas que Dios existe, que el alma es inmortal, que Dios es providente, que Jesús es el hijo de Dios, que se encarnó en un hombre para salvar a la humanidad, que murió por los hombres y que resucitó al tercer día, que es uno y trino etc… La fe consiste en creer en aquello que no se ve, en lo que no es evidente.

      Sin embargo, antes de convertirse al cristianismo, Agustín estuvo influido por el escepticismo académico, heredero de la tradición filosófica grecolatina, que consideraba a la razón, desde Sócrates a los escépticos, como el instrumento de búsqueda de la verdad  y como criterio con el que determinar la verdad de opiniones y creencias, así como el medio de demostración de lo no inmediatamente evidente a partir de lo inmediatamente evidente.

      Agustín pretende conciliar Filosofía y Religión, la fe y la razón, la creencia en aquello que no se ve y no se puede comprobar y la demostración racional, que nos hace ver lo que no es inmediatamente evidente. Considera a la fe como condición de la comprensión racional y sostiene que sin creer en las verdades reveladas a los hombres por Dios, no se podría comprender la verdad: “Nisi credideritis, non intelligetis”. Así pues, Agustín, como más tarde S. Anselmo (1035-1109), considera que hay que creer para comprender la Verdad, y comprender para creer: “Crede ut intelligas; intellige ut credas”, actitud necesaria para la salvación del alma y para alcanzar el Bien Supremo, que no es cismundano, sino transmundano. El buen cristiano alcanzará la beatitud, consistente en la contemplación de Dios, si ha sido predestinado para la salvación, en el más allá, en el cielo, doctrina religiosa que no es compatible con la que hace depender la salvación del alma con el conocimiento de la verdad y con las buenas acciones.


         2.2.- El problema de la certeza

    S. Agustín considera que el conocimiento  de la verdad no es un fin meramente teórico, sino que es un medio para alcanzar  el fin práctico de la beatitud, la verdadera felicidad, que requiere el conocimiento de la verdad de Cristo. La verdadera felicidad no puede radicar en la investigación sin fin de la verdad,  como pensaban Sócrates,  sino en la posesión de la verdad de Cristo. Por eso, S. Agustín se planteó el problema de la certeza  en los siguientes términos: ¿”Cómo es que la mente humana, finita, mutable, alcanza cierto conocimiento de verdades eternas, verdades que rigen y gobiernan la mente y, en consecuencia, trascienden a ésta?  S. Agustín. Contra Académicos.

      Su pretensión, como creyente cristiano, es superar las dudas escépticas que cuestionan todo tipo de creencias. Para ello utiliza los siguientes argumentos:

   1.- En “Contra Académicos”, Agustín sostiene que hasta los escépticos, que sostienen que no puede conocerse la verdad de las cosas, tienen por cierto el principio de no contradicción y no pueden dudar de  verdades lógicas como la ley del ponendo tollens, que dice que en una proposición disyuntiva exclusiva, la verdad de una de las alternativas excluye la verdad de la otra:”Estoy cierto de que o hay un mundo o hay más de uno, y que, si hay más de uno, entonces hay un número finito o un número infinito de mundos” Ibidem.

   2.- Respecto al argumento de los escépticos según el cual no podemos conocer la esencia que se oculta tras las apariencias y que con frecuencia nos confundimos al tomar las apariencias por la verdadera realidad, S. Agustín sostiene que no nos podemos engañar si nos limitamos a afirmar lo que nos parece que son las cosas y no damos el paso de decir que las cosas son como nos parecen. Así,  v.g: no nos equivocaremos si decimos que el remo en el agua nos parece torcido, pero si lo haremos si decimos que lo está realmente, concediendo credibilidad a nuestros sentidos.
  3.- Añade Agustín otro argumento contra los escépticos, al afirmar que el que duda de todo, sabe que duda, por lo que al menos sabe algo a ciencia cierta, a saber que está dudando y el que duda de la existencia de la verdad conoce una verdad, que consiste en saber que está dudando de la verdad.

  4.- En relación con  la  duda de la existencia de las cosas externas, cuestión de la que se ocuparon también los filósofos escépticos, Agustin sostiene que podría dudarse de su existencia, así como de la existencia de Dios, pero que lo que es indudable es que si nos equivocásemos al afirmar que existen o que no existen, no cabría duda de que existiríamos: “Si fallor, sum”.

    De todos estos argumentos agustinianos, que anticipan  los que usa de Descartes en su método de la duda universal, concluye el de Hipona que lo que conocemos por la experiencia interior de la autoconciencia es cierto y que el conocimiento sensible de los objetos materiales es falible, pues tan mutables son estos cuanto los sujetos que los perciben a través de los sentidos corporales. Así, pues, los sentidos no son el punto de partida  adecuado para iniciar el itinerario de ascenso a Dios, sino que hemos de partir de nuestro propio interior, de la conciencia, pues en ella vive la verdad:”Noli foras ire: in te ipsum redi; in interiori homini habitat veritas”. "No vayas fuera de ti y mira en tu propio interior, pues en el interior del hombre habita la verdad".

          2.3.- Los niveles de conocimiento: sensación y conocimiento racional
     Influido por Platón, Agustín considera que la sensación es el grado más bajo del conocimiento y un acto del alma que utiliza los órganos de los sentidos para conocer el mundo. El conocimiento sensible no es verdadero conocimiento, pues los objetos sensibles son tan cambiantes como el sujeto que los conoce, aunque es útil para la vida práctica del hombre. En cualquier caso, el conocimiento sensible, la razón inferior, que el hombre tiene de las cosas materiales es superior al que tienen los animales.

    Los seres humanos enuncian juicios racionales sobre las cosas corpóreas percibiéndolas como copias aproximadas de sus modelos eternos e inmutables, las Ideas. Así, podemos juzgar que “x es bello o justo” porque conocemos la idea eterna  de belleza y de justicia. La razón superior nos permite conocer las Ideas y a través de ellas conocer las cosas materiales, copias imperfectas que participan de ellas. Agustín, siguiendo de cerca a Platón, sostiene que el conocimiento objetivo se justifica por la existencia de las Ideas  y que las verdades eternas en que consiste  dicho conocimiento son universales y comunes a todos los hombres, mientras que el conocimiento sensible es privado y subjetivo,

    Agustín, a diferencia de Platón, que había elevado a las ideas al  mitológico “kosmos noetós”, separándolo de las cosas materiales y elevándolo por encima de la “bóveda del cielo”, y siguiendo los pasos de Plotino, que las había introducido en el Nous, es decir, en la Inteligencia, Mente o primera emanación del Uno o Dios, ubicó las Ideas ejemplares y eternas en la mente de Dios, concibiéndolas como los arquetipos con arreglo a los cuales Dios creó el mundo de la nada.    

    En Agustín encontramos el mismo dualismo platónico, la misma devaluación del mundo material y del cuerpo y el mismo deseo de liberación del cuerpo y de purificación de los sentidos para alcanzar el fin último de la beatitud, pero S. Agustín hace radicar la beatitud en la posesión y visión de Dios. Sin embargo, pese al tono intelectualista de su pensamiento, procedente de Platón, concede primacía al amor “pondus meum, amor meus” y a una relación personal con Dios.

     La salvación eterna del alma presupone el conocimiento de la Verdad Suprema, identificada con Dios. Ésta es, a la vez, inmanente a la mente del hombre y trascendente a ella. Inmanente porque la idea de Dios es como la marca del Creador en la criatura, trascendente porque Dios, creador del mundo y del hombre, aunque ubicuo, no forma parte del mundo y está separado de él.

    2.4.- La teoría de la iluminación.   Agustín distingue una Razón inferior, que nos proporciona conocimientos útiles para la vida en el mundo material y sensible y una Razón Superior que, iluminada por Dios, nos permite conocer la Verdad.  S. Agustín cree que los hombres, cuya naturaleza está corrompida como consecuencia del pecado original, no podrían alcanzar la Verdad por sí mismos, si su razón no fuese iluminada por la luz procedente de Dios. Las verdades eternas nos son dadas gracias a la irradiación luminosa procedente de Dios. Influido por la analogía platónica del Bien-Sol, nuestro autor sostiene que, de la misma forma que el sol ilumina los objetos sensibles para que los ojos puedan verlos, Dios, la luz divina, ilumina los objetos inteligibles para que la razón pueda conocerlas.

3.- ONTOLOGÍA AGUSTINIANA: DIOS Y EL MUNDO

3.1.- Creacionismo 
      Como cristiano, S. Agustín adopta el dogma bíblico creacionista, opuesto a la concepción griega de la eternidad del ser, según el cual Dios, el Ser Supremo, crea el mundo de la nada, a diferencia del Demiurgo platónico, que se limitaba a dar forma a la materia eterna, tomando para ello como modelo las Ideas. Dios crearía así,  para S. Agustín, tanto la materia como la forma de las cosas del mundo. Las cosas creadas son, pues, criaturas nacidas en el tiempo y con el tiempo, fugaces, perecederas y contingentes (son pero pueden no ser, pues su existencia depende de la voluntad de Dios, que no sólo las crea, sino que las conserva).  Dios es un ser eterno e inmutable y  necesario,  no puede no ser.

     3.2.- Ejemplarismo platonizante
Agustín asumió  también la teoría platónica de las Ideas, según la cual el mundo material y sensible es un mundo aparente, una copia imperfecta de las Ideas. Pero la influencia del  neoplatónico Plotino le llevó a concebir que las Ideas existen en la mente de Dios como arquetipos con arreglo a los cuales Dios crea el mundo de la nada. Las Ideas son, pues, los arquetipos o modelos eternos e inmutables de las cosas creadas por Dios, las cuales participan de sus Ideas correspondientes, aunque a diferencia de ellas, sean finitas y perecederas. Las ideas divinas son: “Ciertas formas arquetípicas o razones estables e inmutables de las cosas, que no fueron a su vez formadas, sino que están contenidas eternamente en la mente divina y son siempre iguales. Nunca nacen ni perecen, sino que todo cuanto nace o perece se forma según aquellas” Agustin. De Ideis.
  Dios conocía desde toda la eternidad las cosas que crearía, aunque estas comenzaron a existir tras el acto de la creación divina, con la que comenzó a existir el tiempo. Así, las especie de las cosas creadas tienen sus ideas o rationes seminales en Dios y este ha visto desde la eternidad  a las cosas como reflejos externos y finitos de sus Ideas.

       3.3.-.- Libertad  divina al crear el mundo frente a necesidad
      Dios crea el mundo de la nada libremente, es decir, pudiendo no haberlo creado, decide crearlo. Esta concepción de la creación de Agustín se diferencia de la doctrina de la emanación de Plotino, según la cual todas las cosas proceden  o emanan necesariamente de Dios a través  de las hipóstasis del Nous o Inteligencia, y del Alma, pues si Dios crease el mundo libremente, pensaba Plotino, no sería inmutable. Que Dios crea el mundo de la nada significa, según Agustín, que antes de la creación no había ni materia, ni espacio, ni tiempo, que todas las cosas deben su ser a Dios y dependen de él.

         3.4.- El tiempo
       El tiempo comienza a existir con la creación. Dios queda, pues al margen del tiempo, es eterno. No tiene sentido la pregunta relativa a cuándo creó Dios el mundo. Los elementos constitutivos del mundo son la materia, el tiempo y la forma, las ideas eternas de la mente de Dios. Dios creó una parte de los seres ya en su forma perfecta (los ángeles, el alma y las estrellas), la otra parte está sujeta al cambio, como los cuerpos de los seres vivos. Para explicar el cambio Agustín recurre a la doctrina estoica de los gérmenes originarios o rationes seminales de los estoicos, implantados en la materia y a partir de los cuales evolucionaron los seres vivos, lo que permite explicar la aparición sucesiva de las especies de animales a partir de la absoluta actividad creadora de Dios y salvar la contradicción del Génesis entre las afirmaciones incompatibles siguientes: “El que vive por siempre, creó todas las cosas juntas” y la que sostiene que los peces y las aves aparecieron en el quinto día y el ganado y las bestias en el sexto.

      S. Agustín se pregunta: “¿Qué es el tiempo?- y responde-Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicárselo a uno que me lo pregunta no lo sé? En su análisis del tiempo, S Agustín  le da un giro subjetivista a la antigua concepción del tiempo, según la cual, como decía Aristóteles, “el tiempo es la medida del movimiento según el antes y el después”, al hacerlo depender de la conciencia y al atribuir una importancia decisiva a la memoria. Si tenemos conciencia del tiempo y  de sus dimensiones, del pasado, que ya no es, del futuro, que aún no es y del presente fugaz, ello es posible porque la conciencia humana tiene capacidad para conservar como imágenes en la memoria las huellas que dejan las efímeras impresiones sensoriales y otorgarles así duración. El tipo de rememoración de las imágenes caracteriza las tres dimensiones del tiempo así: “El presente de las cosas idas es la memoria. El de las cosas presentes es la percepción o visión  y el presente de las cosas futuras es la espera”. Agustín. Confesiones. 
     Lo que existe realmente es el presente, pues el pasado ya no es y el futuro aún no es. Es la experiencia del presente la que se retrotrae al pasado mediante el recuerdo y se proyecta al futuro como esperanza o proyecto. Es el espíritu el que produce las dimensiones del tiempo y es olvidándose del pasado y no extendiendo el deseo a las cosas futuras, sino estando atento a las que están delante de nosotros, como el espíritu humano puede recogerse en Dios eterno, del que todo ser obtiene su existencia y reconocerse como partícipe de la eternidad.

        3.5.- Argumentos demostrativos de la existencia de Dios:
S. Agustín, aunque cree  en Dios y no duda de su existencia, elabora los siguientes argumentos para demostrar la existencia de Dios:

1º.-  El argumento platónico de que la Verdad Suprema es el fundamento de las verdades.  Dice S. Agustín, en "De Libero arbitrio", que si la mente aprehende verdades eternas, necesarias e inmutables,  es decir,“…una verdad que no puedes llamar tuya, ni mía, ni de ningún hombre, sino que está presente en todos y se da a sí misma a todos por igual”, entonces, como la mente humana no las constituye, ni puede cambiarlas, sino que se limita a reconocerlas como trascendentes y como gobernando su pensamiento, existe Dios como fundamento de las verdades.
  
2º Agustín usa el argumento según el cual el orden en el mundo exige un Ser que lo ordene: “…el mismo orden, disposición, belleza, cambio y movimiento del mundo y de todas las cosas visibles, proclaman silenciosamente que sólo pueden haber sido hechas por Dios, el inefable e invisiblemente grande, el inefablemente bello” Agustín. La ciudad de Dios.

3º También usa el argumento del consenso universal. La creencia de todos los pueblos en un Dios demostraría su existencia.

 4º Recurre también a un argumento muy parecido  al usado más tarde por Descartes, sostiene que tenemos la idea de un ser infinito y que esta idea no puede haber sido creada por un ser finito como el hombre. De ello deduce que Dios, es la causa de la idea de ser infinito que tiene el hombre.

      En la teología cristiana se suscitó la antinomia entre la omnisciencia de Dios y la libertad del hombre, que  replanteará Boecio en el siglo V. ¿Puede ser el hombre libre, si Dios es omnisciente y sabe, por tanto, que es lo que hará el hombre antes de que lo haga?

   4.- EL HOMBRE

      Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, dotándolo de un cuerpo mortal y perecedero y de un alma inmortal de naturaleza racional, a la que han de someterse las almas inferiores ligadas a los deseos y pasiones. La unión entre el alma y el cuerpo no es contranatural como en Platón, sino natural y querida por Dios. Establece entre el alma y el cuerpo una relación de señorío y servidumbre, al considerar  al hombre como :”…un alma racional que se sirve de un cuerpo mortal y terreno” Agustín. De moribus eccl.

     S. Agustín utiliza los argumentos usados por Platón para demostrar la existencia del alma. El alma es el principio de la vida y como dos contrarios son incompatibles, el alma no puede recibir la muerte. También utiliza el argumento del "Fedón", según el cual si el alma puede conocer las ideas eternas es porque es de su misma naturaleza, por lo que es indestructible e inmortal.  

      Sobre el origen del alma Agustín sostuvo dos tesis. La primera sostenía que era Dios quien creaba el alma de cada persona al nacer ésta. La segunda que es el padre el que transmite el alma al hijo, tesis llamada traducionista, que tenía la ventaja, según Tertuliano, de que permitía explicar la transmisión del pecado original de padres a hijos.

      El  hombre  posee  memoria, entendimiento (intelligentia) y voluntad (voluntas), por lo que es una imagen de la divina Trinidad. El hombre está dotado de una voluntad libre o libre albedrío, que le permite elegir entre el bien y el mal, pudiendo así salvarse o condenarse en función de sus actos. Sin embargo, S. Agustín defendió también la doctrina de la predestinación, según la cual los hombres nacen ya predestinados a salvarse o a condenarse independientemente de sus acciones,  tesis que asumirá el reformista Calvino. El pecado original de Adán y Eva, los primeros padres de la humanidad, consistió en la transgresión de la ley divina. Su consecuencia fue la expulsión del paraíso,  la corrupción de la naturaleza humana y la introducción del mal en el mundo, mal que el maniqueísmo explicaba recurriendo a la lucha entre Ormuz y Arimán y el platonismo apelando a la resistencia de la materia a recibir la forma.  

      El cristianismo, como religión monoteísta que atribuye la creación del mundo a Dios, concibiéndolo como un ser infinitamente bueno, sabio y poderoso, se vio confrontado con la existencia del mal en el mundo. ¿ Cómo es posible que exista el mal en el mundo,si Dios es omnisciente, omnipotente e infinitamente bueno?. Agustín responde a esta pregunta sosteniendo que Dios creó un mundo completamente bueno, pero el hombre, al hacer mal uso de su libre albedrío, elegir el mal y pecar, transgrediendo la ley de Dios, introdujo el mal y el desorden en el mundo. Así pues, el hombre y no Dios es el responsable de la existencia del mal en el mundo.

   5.- LA ÉTICA de S. Agustín es, como la griega, eudemonista. Sostiene que el hombre aspira al bien supremo, a la  felicidad, pero como cristiano, critica el hedonismo epicúreo, que hacía radicar el bien supremo en el placer y dice que no se puede alcanzar mediante la posesión de los bienes materiales, sino que la beatitud sólo puede conseguirse mediante la contemplación de ese ser eterno e inmutable que es Dios y con la unión y posesión amorosa de  Él, hecha posible por la gracia.

     Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y sólo gracias a Él  podrá el hombre alcanzar la felicidad. El hombre encuentra el modelo de su conducta en el amor verdadero, que está orientado hacia Dios. Si existe este amor verdadero, no es necesaria otra ley moral. Por eso dice S:Agustín: “Ama y haz lo que quieras”, pero habitualmente los hombres están movidos más por el amor propio que por el amor a Dios, por lo que eligen hacer lo erróneo y pecar.

    S. Agustín concede al hombre libre albedrío, la capacidad de elegir voluntaria y libremente  el bien o el mal, por lo que le hace responsable y culpable de sus actos. Encuentra el fundamento de las leyes morales naturales en Dios y justifica la obligación moral  del hombre a comportarse con arreglo a las leyes naturales, que son de origen divino, apelando a la autoridad de Dios.

 S. Agustín, siguiendo al neoplatónico Plotino, considera que el mal no procede de Dios, que es infinitamente bueno, sino que es privación del bien y de la perfección causada por el pecado. El pecado original, causado por la desobediencia a Dios y por la voluntad de conocer de la que hizo gala Eva, al corromper la naturaleza humana, hace que los hombres tiendan al mal. Por ello, en el orden político es necesario un Estado fuerte que impida el desorden y posibilite la concordia y la convivencia pacífica de los hombres en sociedad. Este argumento se encontrará también en filósofos pesimistas como Hobbes y Schopenhauer.

      Junto a la creencia religiosa en la inmortalidad del alma, y en la existencia de otra vida más allá de la terrenal, el cristianismo sostiene la creencia en la resurrección de la carne tras el juicio final, que acontecerá al final de los tiempos, así como en el cielo y el infierno al que irán respectivamente los predestinados a la salvación y a la condenación eterna.
    
      5.- LA CONCEPCIÓN DE LA HISTORIA

      Agustín expone su concepción de la historia en su obra “La ciudad de Dios” (De civitate dei), que ejercerá una influencia decisiva en la filosofía de la historia europea y sobre la relación entre el Estado y la Iglesia a lo largo de la historia de Occidente.

      La historia de la humanidad se puede comprender, según Agustín, como resultado de la lucha entre dos principios o dos amores: el amor a sí mismo  y el amor a Dios. En estos  principios se fundan, respectivamente, la  ciudad terrena, que S. Agustín simboliza por la Ciudad de Babilonia o la Ciudad de Roma, es decir, con el Estado  y la ciudad de Jerusalén, la Ciudad de Dios, identificada con la Iglesia. Sin embargo, esta identificación del Estado con Babilonia y de la Iglesia con Jerusalén no es completa, ni perfecta, sino más bien simbólica, moral y espiritual, pues los ciudadanos del Reino de Dios, los sacerdotes, pueden desempeñar cargos en el estado terrenal y no dejar de ser buenos cristianos, si trabajan para el Reino de Dios y, por otra parte, también pueden llegar a ocupar la silla de Moisés en la Iglesia los hijos de la pestilencia a del amor propio, sacerdotes corruptos.

     Agustín propone un ideal de Estado teocrático, al proponer que la Iglesia, que es la única sociedad perfecta, debe impregnar al Estado con sus principios, pues aquélla es claramente superior a estel: “Ningún Estado está más perfectamente establecido y preservado que el que se fundamenta y se vincula a la fe y a la concordia firme, cuando el bien más alto y verdadero, a saber, Dios, es amado por todos y los hombres se aman en Él los unos a los otro, sin fingimiento, puesto que se aman unos a otros por razón de Él”.  S. Agustín. Ep. 5,18.
    
    El Estado teocrático es el Estado en el que gobiernan los sacerdotes y el monarca está subordinado al Papa, donde el poder político está subordinado al Estado religioso, o donde hay un matrimonio entre el Trono y el Altar.
  
    S. Agustín considera, pues, que el Estado no encarnará la justicia verdadera y no será verdaderamente un Estado moral a menos que sea un Estado cristiano, pues es el cristianismo el que hace buenos a los ciudadanos, y a los Estados. Pues, se pregunta S. Agustín:”¿Qué son los reinos sin justicia, sino grandes bandas de ladrones y qué es una banda de ladrones sino un pequeño reino? Y, por otra parte, está de acuerdo con el pirata cuando le dijo a Alejandro:”…por lo que yo hago con un pequeño navío me llaman ladrón, y a ti, porque lo haces con una flota, te llaman emperador.”. S. Agustín. De Civitate Dei.

    S. Agustín piensa que la guerra no siempre es mala, de modo que el mandamiento que prohíbe matar no queda infringido por quienes hacen la guerra, si lo hacen bajo la autoridad divina y por aquéllos que ejecutan la pena de muerte de conformidad con las leyes de los Estados. La finalidad de la guerra es lograr una paz justa, pero sólo un Estado en el que prevalece la justicia tiene derecho a ordenar a sus soldados matar. S. Agustín respaldaría el lema militarista “Si vis pacem para bellum”, “Si quieres la paz prepara la guerra”.
    
       Agustín rechazó la concepción cíclica del tiempo dominante en la civilización grecolatina por motivos teológicos y morales y la sustituyó por una filosofía de la historia basada en una concepción lineal del tiempo. Según él, la concepción cíclica del tiempo imposibilita la novedad en la historia y por tanto, la redención y la salvación del hombre y el cumplimiento de la buena nueva evangélica de Jesucristo, Por el contrario, Agustín concebirá el tiempo como un vector con principio y fin, dotado de un sentido y de una finalidad redentora y salvadora, lo que posibilita las virtudes teologales cristianas de la fe y de la esperanza.Dios sería en última instancia el guionista de la tragedia de la Historia humana.



             ¡NO BAJÉIS EL CONTEXTO  SOCIOCULTURAL. YA NO ENTRA!

CONTEXTO HISTÓRICO, SOCIOCULTURAL Y FILOSÓFICO DE .S. AGUSTÍN

1.- CONTEXTO HISTÓRICO

S. Agustín vive  en la época de la decadencia del Imperio Romano, al mando del cual se suceden los emperadores Juliano el Apóstata, que gobernó entre los años 355 y 363 y bajo cuyo mandato se reestableció el paganismo y Teodosio el Grande, que reinó entre los años 378 y 395. Tras la muerte de Teodosio, el Imperio Romano se dividió definitivamente en dos, el Imperio Romano de Occidente, que regentó su hijo Honorio y el Imperio Romano de Oriente del que se encargó su hijo Arcadio. En el año 380, Teodosio declaró el cristianismo la religión oficial del Estado, con lo que se puso fin al politeísmo pagano y se extendió la intolerancia religiosa cristiana. El cristianismo abandona definitivamente  la hostilidad originaria contra el Estado romano, que le había costado las persecuciones bajo los emperadores Decio y Diocleciano y se funde con las estructuras imperiales, convirtiéndose en una religión del Estado.

    Mientras tanto, los “bárbaros”, los pueblos germánicos, se encuentran ya tanto dentro como fuera de las fronteras del Imperio. En el año 410, los visigodos de Alarico saquean Roma y en el año 430, año de la muerte de S. Agustín, conquistan la ciudad africana de Hipona.

2.- CONTEXTO SOCIOCULTURAL

     En un contexto socioeconómico caracterizado por el modo de producción esclavista, se produce el declive económico del Bajo Imperio.

     Durante los primeros siglos de expansión del cristianismo por el Imperio Romano, los Padres Apologistas  de la Iglesia Cristiana defienden su religión de los ataques de los filósofos paganos. En esta tarea destacan S. Ambrosio, Dámaso, Atanasio y el más grande de todos S. Agustín. Los siglos IV y V son los siglos de oro de la Patrística. En ellos se suceden los Concilios de la Iglesia,  los Padres apologistas  definen e imponen la ortodoxia  sobre cuestiones teológicas como la Trinidad, la Virgen María, el pecado original y excluyen, más o menos violentamente, a los heterodoxos y herejes.

      Se van sucediendo los Concilios de  Nicea (325), donde se condena a Arrio, que sostenía la herejía de que Jesucristo, el Hijo, no era de la misma naturaleza que el Padre, sino una criatura suya inferior,  de Constantinopla I (381), donde se vuelve a condenar el arrianismo, de Cartago (418), donde S. Agustín combatió el pelagianismo, doctrina defendida por el monje bretón Pelagio, que sostenía que no hubo pecado original, por lo que la redención de Cristo no fue necesaria, el de Éfeso, (431), donde se condenó el nestorianismo, que siguiendo a Nestorio, patriarca de Alejandría,  negaba  la divinidad de Jesucristo, que al haber nacido de mujer, no podía ser Dios, aunque fuera muy perfecto, de Calcedonia (451) etc…
   
     S. Agustín participó también en la condena del donatismo, herejía defendida por Donato (S.IV), obispo de Cartago, que defendía que sólo los sacerdotes de vida intachable podían administrar los sacramentos y la eucaristía y para el que los sospechosos de haber traicionado a la fe durante la persecución de Diocleciano eran indignos de administrar los sacramentos. También condenó el priscilianismo, defendido por Prisciliano (S.IV), que instaba a la Iglesia a abandonar la opulencia y a volver a unirse a los pobres, condenaba la esclavitud y reclamaba libertad para que la mujer desempeñase cargos en la Iglesia 

3.- CONTEXTO FILOSÓFICO
    Durante los primeros siglos de expansión del cristianismo por  el Imperio Romano se fueron difundiendo también, gracias a los preceptores griegos de las familias patricias romanas y al contacto cultural que los romanos mantenían con la Grecia conquistada y sometida al Imperio, todas las corrientes filosóficas de la época clásica y helenística.
     El epicureísmo estuvo representado por Lucrecio Caro Tito (98-55), que escribió un compendio de la filosofía materialista y atomista en su obra De la naturaleza de las cosas.
    También tuvo eco en la cultura romana la filosofía cínica de Antístenes, Diógenes y Crates.
    El estoicismo estuvo representado por Panecio (185 a. C-110) y Posidonio, (135 a. C-51 a, C) quienes lo introdujeron en Roma y por Séneca, (4-65) preceptor de Nerón, el emperador Marco Aurelio (121-180) y por el esclavo Epicteto (55-135).
     S. Agustín conoció y pudo leer el Fedón y el Timeo de Platón y estaba familiarizado con los argumentos utilizados por el escepticismo académico  de Arcesilao (315-240 a d C)  y Enesidemo (80 a. C-240 a. C).
     Aristóteles era menos conocido  y su filosofía era incompatible con algunos de los dogmas del cristianismo, como el de la creación y el de la inmortalidad del alma.
    El Neoplatonismo, fundado por Plotino (205-270), ejerció una importante influencia en la  incipiente teología cristiana, influencia que siguieron ejerciendo sus discípulos Porfirio (232-304), que publicó las Enéadas de Plotino y una biografía de su maestro, y Proclo (410-485)

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