domingo, 8 de julio de 2012

LA FILOSOFÍA DE J.J. ROUSSEAU (1712-1778)


LA FILOSOFÍA DE J.J. ROUSSEAU (1712-1778)
1.- VIDA Y OBRAS
Jean Jacques Rousseau nació en Ginebra en 1712. Su madre murió en el parto y su padre, relojero de profesión, lo abandonó cuando tenía diez años. En 1725 inició el aprendizaje de grabador, que pronto abandonó, al presentarle el cura de Confignon a la baronesa de Warens, de quien se convirtió en protegido y amante y bajo cuya influencia se convirtió al catolicismo. En este feliz periodo, Rousseau, autodidacta, estudió filosofía, latín, historia, geografía, moral y álgebra. Tras un periodo de viajes, en el que, según cuenta en las “Confesiones”, llevó una vida de vagabundo, mendigando por los caminos y aldeas de Italia y durmiendo en cobertizos o bajo las estrellas, volvió con madame de Warens, hasta que de 1738 a 1740 trabajó como tutor de Mr de Mably. Entonces conoció a Condillac. En 1742 viajó a Venecia como secretario del conde de Montaigu, con quien se enemistó y  quien le despidió por insolente. De vuelta a París conoció a Voltaire en 1745 y en 1749 a Diderot, quien le encargó los artículos sobre música de la “Enciclopedia” y le introdujo en el salón de Holbach.
    En 1750, ganó el premio de la Academia de Dijon con su “Discurso sobre las artes y las ciencias”, lo que le hizo famoso, pero le enemistó con los “philosophes”, por la tesis defendida en él, según la cual el progreso de las artes y las ciencias había corrompido al hombre.  Probó de nuevo a ganar el premio de la Academia de Dijon con su “Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres”(1754), pero esta vez no se lo concedieron. Incómodo en París, como se evidencia en los “Discursos”, volvió a Ginebra y se convirtió al protestantismo para conseguir la ciudadanía. De vuelta a París, le envió a Voltaire un ejemplar del “Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres”, quien le contestó dándole irónicamente las gracias por su “nuevo libro contra la especie humana”.
    Desde 1756 a 1762 se recluyó en Montmorency, donde escribió la “Carta a D´Alembert sobre los espectáculos” (1758), “La nueva Heloisa” (1762), el “Contrato social” (1762) y el “Emilio”, su tratado sobre la educación, cuyos métodos no puso en práctica con los cinco hijos que tuvo con su compañera Thérèse Levasseur, que acabaron todos en el hospicio. Rousseau rompe definitivamente con los filósofos, de lo que da fe en sus “Cartas morales”. La publicación del “Contrato social” y el “Emilio” le acarrearon problemas con la censura, por ello se trasladó primero a París y luego a Ginebra, donde tampoco era bien visto. Tras renunciar a la ciudadanía ginebrina, partió hacia Berlín, pero cambió de opinión por el camino y en 1766 cruzó el canal con Hume, con quien también acabó enemistándose, pese a que el escocés le estaba intentando conseguir una pensión real. Volvió a Francia, donde se enfrentó a una campaña de desprestigio orquestada por Diderot y Grimm. La  ruptura con sus antiguos amigos  afianzó su carácter paranoico, que le hacía creerse objeto de una conspiración universal. En 1778 se trasladó a Ermenonvile, como huésped del marqués de Girardin, en cuyo palacio murió. Fue enterrado en los jardines del palacio hasta que en 1794, en plena revolución, sus restos fueron trasladados al Panteón de hombres ilustres de París, donde reposan junto a los de Voltaire. Sus “Confesiones” y sus “Ensoñaciones de un paseante solitario” se publicaron ya póstumamente.
    2.- LA CRÍTICA NATURALISTA DEL CONCEPTO DE CIVILIZACIÓN
    En su “Discurso sobre las artes y las ciencias”, se enfrenta  Rousseau ya a los filósofos, que veían en el desarrollo de las artes  y de las ciencias la condición del progreso del género humano, al mantener la provocadora tesis de que la civilización, de la que forman parte nuclear las artes y las ciencias, lejos de haber  :”purificado las costumbres”, no han hecho más que extender el vicio, la esclavitud y la discordia entre los hombres, corrompiendo la bondad originaria del hombre natural: 
    “Mientras que el gobierno y las leyes proveen a la seguridad y el bienestar de los hombres, las ciencias, las artes y las letras, menos despóticas, pero más poderosas quizás, tienden guirnaldas de flores sobre las cadenas de hierro de que están cargados, ahogan en ellos el sentimiento de esa libertad original para la cual parecían haber nacido, les hacen amar su esclavitud y forman así lo que llaman pueblos civilizados. La necesidad elevó los tronos, las ciencias y las artes los han consolidado”. Rousseau. Discurso sobre las artes y las ciencias.
El diagnóstico rousseauniano sobre la civilización no podía ser más pesimista y sombrío. La civilización habría engendrado una sociedad hipócrita, en la que “el aspecto exterior no es la imagen de las disposiciones del corazón”, donde la “decencia no es la virtud”, donde la riqueza y la opulencia han debilitado la salud y la fuerza verdaderas. La artificiosa sociedad civilizada nos habría alienado de la naturaleza, enturbiado la transparencia de la vida natural y desfigurado la naturaleza humana. Habría impuesto artificiosas  y convencionales costumbres uniformadoras que asfixiarían la sinceridad natural y habría sustituido la despreciada ignorancia por el  escepticismo pirrónico.
    Ante el desolador y alienante panorama de la civilización, Rousseau recomienda permanecer en: “…la feliz ignorancia en la que la sabiduría eterna nos había colocado”. “Seguid“, nos dice, las lecciones de la naturaleza, que ha querido preservarnos de la ciencia de la misma manera que una madre arranca un arma peligrosa de manos de su hijo”. El inventor de las ciencias, continúa diciendo Rousseau en la segunda parte del “Discurso”, fue un enemigo de la tranquilidad de los hombres. Las ciencias nacen de nuestros vicios, la astronomía de la superstición, la geometría de la avaricia, la elocuencia de la ambición, la física de la curiosidad vana, y contribuyen a multiplicarlos. Al aumentar el ocio, el lujo y la opulencia, corrompen las costumbres, afeminan el valor y desvanecen las virtudes militares.
     Rousseau critica a los filósofos llamándolos pandilla de charlatanes y lamenta la invención de la imprenta, que multiplicó los errores y la extravagancia de los Demócritos y los Hobbes. Nuestro autor acaba su “Discurso” con una piadosa invocación: “Dios todopoderoso, tú que tienes en tus manos los espíritus, líbranos de las luces y de las funestas artes de nuestros padres y otórganos de nuevo la inocencia y la indigencia, únicos bienes que pueden hacer nuestra felicidad y los únicos méritos ante ti” y con un intento de conciliación entre ciencia y virtud que exhala un profundo aroma a platonismo y a despotismo ilustrado, al proponer a los reyes seguir los  buenos consejos de los verdaderos sabios que tienden al bienestar de los pueblos. Pero mientras la autoridad permanezca aislada de un lado y las luces y la ciencia por otro, nos advierte, los sabios raramente concebirán cosas grandes, los príncipes  más raramente aún los ejecutarán y los pueblos seguirán siendo viles, corrompidos y desgraciados” 
    El “Discurso sobre las artes y las ciencias” de Rousseau remite al discurso naturalista de Antifon, a los cínicos y a los estoicos, quienes ya contrapusieron la naturaleza al artificio de la convención y la cultura, colocando del lado de aquélla la esencia, la verdad y la virtud y del lado de ésta la engañosa apariencia, la mentira y el vicio y quienes, sobre todo a los cínicos, quienes con Diógenes a la cabeza dando ejemplo con su impúdica vida, impugnaron de forma radical la civilización esclavista de su época, recomendando vivir conforme a la naturaleza. En Rousseau, sin embargo, este discurso naturalista y crítico se tiñe de resonancias bíblicas al impregnarse de nostalgia por el estado de inocencia originaria del que supuestamente habría disfrutado el hombre en el mítico paraíso terrenal, antes de ser expulsado de él y de caer en la historia a consecuencia del pecado original, causado por el orgullo y la soberbia que le llevó a comer el fruto del árbol de la ciencia. Los amigos ilustrados de Rousseau, Diderot, D’Alembert, Holbach y Voltaire interpretaron el “Discurso” como lo que era, una auténtica declaración de guerra. 
   3.- ANTROPOLOGÍA E HISTORIA EN EL DISCURSO  SOBRE EL ORIGEN DE LA DESIGUALDAD.  
    En el “Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres” continúa Rousseau con su grito de denuncia contra el carácter opresivo y alienante de la civilización y repitiendo su idea de que el progreso de la ciencia y de la técnica no ha ido acompañado del progreso moral de la humanidad, hecho que se evidencia en el aumento de la desigualdad de riqueza, de poder y de estatus entre los hombres civilizados.
    Nos dice allí Rousseau que el más útil de los conocimientos, el del hombre, que nos permitiría distinguir lo  que de natural  hay en él, de  lo que las artificiales convenciones sociales le han ido añadiendo a lo largo de la historia, es el más retrasado. Para avanzar en él, nos dice, formulará algunas conjeturas que le permitirán separar que hay de originario y de artificial en la naturaleza humana. Para ello, propone remontarse con la imaginación al estado de naturaleza que supuestamente existió antes de la organización social,  con objeto de “conocer bien un estado que ya no existe, que ha podido no existir, que probablemente no existirá jamás, y del cual, sin embargo, es necesario tener nociones justas para juzgar bien sobre nuestro estado presente”. Prefacio.
    Rousseau nos dice que dicha investigación no es histórica, sino una mera hipótesis lógica sobre la naturaleza humana originaria, concebida como un modelo o tipo ideal normativo que nos permitiría juzgar la distancia entre dicha naturaleza originaria y lo que  de artificial y convencional se ha ido añadiendo a ella en el curso de la historia desnaturalizando al hombre, pues de hecho, el desconocimiento de la naturaleza humana imposibilita el conocimiento de los derechos naturales del hombre, sobre los cuales reina el desacuerdo entre los filósofos.
    El “Discurso” mostrará como en el curso de la historia, el progreso de las cosas acabó sometiendo la naturaleza a la ley y como a la desigualdad natural entre los hombres, basadas en diferencias de edad, de salud, de fuerza y de talento, le sucedió la desigualdad moral y política, basada en la convención artificial y en el privilegio de los ricos y de los poderosos. Narrará, nos dice, la vida de la especie y como la educación y las costumbres han ido depravando la naturaleza humana sin poder destruirla del todo.
    No presentará al hombre natural, continúa diciéndonos, como los naturalistas preevolucionistas del tipo de  Buffon (1707-1788), ni como lo hace la religión, sino en su conformación última, andando sobre sus pies, usando ya sus manos y midiendo con sus ojos la extensión del cielo. Recién salido de la naturaleza, nos dice, Rousseau, el hombre es un animal menos fuerte y ágil que otros, pero mejor organizado. Come bajo una encina, bebe de un arroyo y duerme bajo un árbol. Hábil, imita las artes de los demás animales. Omnívoro, se alimenta fácilmente gracias a la generosidad de la naturaleza. Es fuerte, robusto, vigoroso, sano y de sentidos aguzados para sobrevivir.
     Como el resto de los animales, el hombre es una ingeniosa máquina dotada de sentidos, que combina las ideas procedentes de ellos para conocer el mundo y  lograr su supervivencia, pero, a diferencia de ellos, está dotado de libre albedrío y es consciente de su libertad, lo que le permite querer y escoger. Es, además, a diferencia de ellos, perfectible, lo que le permite mejorar y progresar, perfectibilidad que, paradójicamente, será la causa de todas sus desgracias, pues acabó, gracias a ella, por separarse de la naturaleza, convirtiéndose en el tirano de ella y de sí mismo. Es, además, un ser que  percibe, siente, desea y padece pasiones, a cuyo servicio  pone su razón. Sus pasiones nacen de sus escasas necesidades naturales: la alimentación, la hembra, el reposo… En su inocencia, no conoce aún la muerte. Como el animal, el hombre natural vive el presente, sin preocuparse por el futuro, que ni siquiera conoce. Aislado de sus congéneres, no conoce el lenguaje.
    3.1.-EL ORIGEN DEL LENGUAJE Y LA LOGOSFERA
    Rousseau interrumpe su relato genealógico para embarcarse en una digresión sobre el origen del lenguaje en la que resuenan los ecos de la teoría lingüística de J. Locke. Discrepa de Condillac, con el que está de acuerdo en gran parte, porque aquél concibe la sociedad como la condición del lenguaje, mientras que Rousseau concibe al hombre en el jardín del Edén natural como solitario. Imagina que el niño habría puesto las bases del lenguaje, al tener más necesidad de comunicarse con su madre, que ésta con él. Se pregunta retóricamente si el hombre necesitó las palabras para aprender a pensar,  o primero pensó y luego inventó el arte de la palabra para comunicar sus pensamientos. Continuando con sus conjeturas, imagina que el primer lenguaje del hombre fue el grito de la naturaleza y el lenguaje del cuerpo, pero como éste no es visible de noche, la necesidad forzó al hombre a inventar palabras para comunicarse. Las primeras palabras debieron tener una significación más amplia que la que tienen en los lenguajes actuales, debieron ser nombres propios que designaban cosas particulares y el infinitivo sería el único tiempo verbal. A medida que los hombres fueron conociendo los aspectos comunes de las cosas, los nombres propios se convertirían los nombres comunes para designar las ideas generales de las diferentes clases de cosas y progresivamente se irían formando los números, las palabras abstractas, los tiempos verbales etc…
    3.2.- EL HOMBRE EN EL ESTADO DE NATURALEZA
    Polemizando con Hobbes, Rousseau niega que la vida del hombre en el estado de naturaleza fuera miserable, cosa más propia de la civilización, que genera la miseria de muchos para beneficio de unos pocos. Tampoco era malo, pues, solitario, no conocía las relaciones sociales ni las obligaciones morales; en cualquier caso, no se puede prejuzgar si el hombre natural era peor y más infeliz que el hombre civilizado. Hobbes se equivocó sobre el hombre natural, pues lo que guía a este hombre natural es el amor de sí, que le conduce a la autoconservación, a la piedad  o compasión, y le permite  ponerse en el lugar de los demás, a empatizar con ellos, a  compadecerse de sus sufrimientos y a ayudarlos. De la corrupción del amor de sí, debido al cálculo racional  del propio interés y de la competencia con los demás, nació, ya en la  sociedad, el amor propio, siempre atemperado por la compasión. En la compasión o conmiseración con los demás, se basan todas las virtudes sociales: la generosidad, la clemencia, la humanidad, la benevolencia y la máxima sublime: ”Haz a los demás lo que quieres para ti”.
    En el estado de naturaleza, el hombre tampoco conoció la guerra de todos contra todos de la que habló Hobbes, innecesaria para un ser con pocas pasiones, frenado por la piedad y desconocedor aún de la propiedad y del comercio. La guerra es una institución que nace con la propiedad privada y el Estado en la sociedad organizada. Así pues, en el estado de naturaleza, donde los hombres vivían  errantes, solitarios, sin vínculos sociales, sin palabras, sin propiedad y sin comercio, la guerra no existía, la desigualdad entre los hombres era menor que en el estado civil y no existía ni la explotación del hombre por el hombre, ni la dependencia, ni la sumisión. Los hombres eran allí libres  e iguales.
    3.3.- EL ORIGEN DE LA TECNOESFERA Y DE LA SOCIOESFERA
    Las causas del alejamiento del hombre del venturoso estado de naturaleza debieron ser de índole climática. Se sucedieron años estériles, inviernos prolongados, veranos abrasadores. La naturaleza dejó de ser la madre generosa que alimentaba sin trabajo a la criatura humana, de modo que ésta, en competencia con otros animales, aguzó su ingenio inventando herramientas. Los hombres inventaron anzuelos, sedales, arcos y flechas y se hicieron pescadores y cazadores. Dominaron y conservaron el fuego y cocinaron los alimentos que antes comían crudos. Su superioridad le condujo a enseñorearse de los animales  y a domesticarlos. La conciencia de su superioridad engendró en él el orgullo, que precipitó la caída del hombre. Perdida la coincidencia inocente y espontánea con la naturaleza y consigo mismo, se inicia la reflexión, en la que Rousseau encuentra la causa de la alienación. Si la naturaleza “…nos ha destinado a estar sanos, casi me atrevo a asegurar que el estado de reflexión es un estado “antinatural”, y que el nombre que medita es un animal depravado”.
     La necesidad recíproca les condujo a formar grupos. Surgió entonces la familia y los sentimientos familiares y con ella la división sexual del trabajo, que encerró a las mujeres en sus chozas al cuidado de sus hijos, mientras los hombres buscaban el sustento fuera del hogar. La vida social perfeccionó el lenguaje. Se formaron grupos más amplios y surgieron las naciones, unidas por las costumbres y aún no por leyes. Surgieron las artes: el canto y la danza y con ellas la lucha por el reconocimiento y la estimación.

    3.4.- LA DIVISIÓN SOCIAL DEL TRABAJO, LA PROPIEDAD PRIVADA Y LA SOCIEDAD CIVIL
    Este estado, intermedio entre el estado natural y la sociedad civil, fue la verdadera juventud del mundo, el más feliz para el hombre y nunca debió salir de él, nos dice Rousseau. Pero la invención de las técnicas de la agricultura y de la metalurgia condujo a una revolución (la revolución  del neolítico de la que nos hablan los historiadores),que generó la división social del trabajo, la propiedad privada, el surgimiento de las primeras reglas de justicia y el nacimiento de la sociedad civil: “El primero a quien después de cercar un terreno se le ocurrió decir “Esto es mío” y halló personas bastante sencillas para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil”.
    3.5.- EL PACTO FRAUDULENTO Y EL ORIGEN DEL ESTADO DE LOS RICOS
    Estas transformaciones sociales y técnicas hicieron nacer un  nuevo tipo de hombre, con todas sus facultades: imaginación, memoria, razón y el amor propio  completamente desarrolladas. Nació también la astucia, el egoísmo y el ansia de posesión, así como la oposición entre ser y parecer más de lo que se es. La propiedad privada creó la desigualdad  entre ricos y pobres,  y la sumisión  de éstos a aquéllos. Desencadenadas las pasiones, se impuso el derecho del más fuerte que, entrando en conflicto con el derecho del primer ocupante, desencadenó la guerra de todos contra todos que Hobbes había situado en el estado de naturaleza. La inseguridad de la vida causada por esta guerra entre ricos y pobres, en la que los ricos tenían más que perder que los pobres, condujo a aquellos a utilizar la astucia y a engañar a éstos proponiéndoles un pacto fraudulento para garantizar la paz y la armonía social. Los pobres, incultos, aceptaron la  taimada propuesta de los ricos y corrieron al encuentro de sus cadenas creyendo con ello asegurar su libertad. Así, mediante este pacto social fraudulento y mistificador, los astutos ricos legitimaron su riqueza y su poder en detrimento de los pobres, destruyeron la libertad natural y crearon un Estado que, con sus leyes, legitimó la propiedad privada y la desigualdad, sujetando al género humano al trabajo, a la servidumbre y a la miseria.
    3.6.- LOS TIPOS DE GOBIERNO
    Las diferentes formas de gobierno surgidas desde entonces, monarquía, allí donde un sólo hombre se distinguía por su poder, riqueza, virtud o crédito, aristocracia, donde había muchos que poseían dichas cualidades, o democracia, donde había menos desigualdades de talento y de fortuna, culminan en la más degenerada de todas, la tiranía, en la que todos los súbditos llegan a ser iguales, en la medida en que cada uno de ellos no es ya nada, nada más que  un súbdito sometido a la voluntad del señor y en  la que no  se  conoce ya otra virtud que la obediencia ciega. Con la tiranía se llega al grado más bajo de libertad y al más alto de desigualdad, al punto más distante de la igualdad de la que los hombres disfrutaban en el estado de naturaleza. Pero con la tiranía, donde todo se reduce a la ley del más fuerte, del tirano, se devuelve al hombre a  un estado de naturaleza más corrupto que el inicial, donde todos eran libres e iguales, creándose así las condiciones para motines y revoluciones que derrocarán al tirano, que no podrá ya invocar  ningún derecho para mantenerse en el poder, cuando una fuerza mayor que la suya le derroque mediante la revolución.
    3.7.- LA ALIENACIÓN DEL HOMBRE Y DE LA SOCIEDAD CAUSADA POR LAPROPIEDAD Y EL ESTADO.
    En resumen, es la sociedad civil la que ha creado la desigualdad, la esclavitud, el despotismo y la guerra, instituciones innaturales y convencionales que desnaturalizan al hombre alienándolo de la naturaleza y de sus semejantes. Pero Rousseau, realista, no propone un nostálgico e imposible retorno al estado de naturaleza. Su optimismo antropológico tiene como contrapartida un pesimismo histórico, que le aleja de la creencia optimista de los filósofos progresistas de su época en que el futuro sería el lugar de la reconciliación entre los hombres donde brillaría el sol de la igualdad y de la libertad reconquistadas.  Rousseau no es un filósofo utópico. No espera, como Engels, que la negación de la negación supere la alienación del hombre y engendre necesariamente un nuevo mundo libre de la desigualdad y de la opresión. Aunque la libertad del hombre deja abierta dicha posibilidad, Rousseau no la considera como resultado necesario del progreso de la historia. La historia es para él decadencia y degeneración, por lo que la salvación, en todo caso, puede producirse mediante la resistencia y la oposición al progreso de la destrucción o quizá mediante la destrucción del progreso.  
    4.- EL CONTRATO SOCIAL        
    El “Contrato social” (1762) comienza donde termina el “Discurso sobre la desigualdad”: “El hombre ha nacido libre y, sin embargo, por todas partes se encuentra encadenado. Tal cual se cree el amo de los demás, cuanto en verdad, no deja de ser tan esclavo como ellos”. Libro I,Cap.I.
    Rousseau se propone en el Contrato encontrar una forma de organización política que, tomando a los hombres como son y a las leyes como pueden ser, sea legítima y segura y concilie lo que la ley permite y el interés prescribe, para que utilidad y justicia no se separen.
    Para explicar el origen y el fundamento del contrato social que instituye la sociedad, Rousseau asume el supuesto iusnaturalista del estado de naturaleza que precedió a aquélla, como ya hicieron Hobbes y Locke. Imagina “a los hombres llegados a un punto en el que los obstáculos que dañan a su conservación en el estado de naturaleza logran superar, mediante su resistencia, la fuerza que cada individuo puede emplear para mantenerse en ese estado. Desde ese momento el estado originario no puede subsistir y el género humano perecería si no cambiara de ser”. Contrato social. Libro I, Cap. VI.
    Así las cosas, el problema consiste en: “Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado, y gracias a la cual cada uno, en unión con todos los demás, solamente se obedezca a sí mismo y quede tan libre como antes” , Contrato social. Libro I. Cap.VI.
    La cláusula fundamental del contrato es la siguiente: cada asociado se aliena o enajena de todos sus derechos al cederlos o entregarlos a toda la comunidad. Como esta condición es común para todos, nadie quiere hacerla demasiado pesada para los demás, pues también lo sería para sí.
    El contrato es equitativo, porque cada socio, dándose a todos, no se da a ninguno en particular y da a los demás los mismos derechos que recibe de ellos, pero, además, todos salen ganando, pues cada uno de los socios gana las fuerzas de los demás para conservar las que tiene.
    La esencia del pacto consiste en que: “Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, recibiendo a cada miembro como parte indivisible de un todo”. Contrato social. Libro I, Cap.VI.
     El contrato que crea la sociedad y el Estado hace nacer un cuerpo moral y colectivo, una unidad con un yo común, con una vida y una voluntad común, con una voluntad general, un cuerpo moral compuesto por tantos votos cuantos tiene la asamblea.
    El contrato sustituye la libertad natural, absoluta e incondicionada, por la libertad civil, limitada por la voluntad general, el instinto por el deber y la posesión por la propiedad. El contrato transforma al hombre natural en hombre moral y civil, obediente a la ley de la razón  que él se ha dado a sí mismo y no ya al instinto.
    La soberanía, el ejercicio de voluntad general es inalienable, es decir, no puede enajenarse nunca, pues ese ser colectivo que es el soberano, no puede ser representado más que por sí mismo, pues la voluntad particular tiende por naturaleza al privilegio, mientras que la voluntad general tiende al bien común, y en el caso de armonía entre ambas, no puede durar.
    La soberanía es indivisible, pues o bien es la del cuerpo del pueblo o la de una parte de él, por eso, Rousseau, a diferencia de Locke, no es partidario de la división de poderes  del Estado, ni de la existencia de partidos políticos, que sustituirían la voluntad general por la de una parte, la que representan los partidos políticos.
    Rousseau distingue entre la voluntad general y la voluntad de todos. La voluntad general es siempre recta, tiende al bien común y a la utilidad pública. Nunca se corrompe al pueblo, aunque frecuentemente se le engaña. La voluntad de todos es sólo la suma de las voluntades particulares, cada una de las cuales tiende a su bien particular y no al bien común. Si el pueblo, informado, y sin la influencia de partidos, delibera, de la anulación de las diferencias saldría la voluntad general.
     El pueblo soberano, ejerciendo su soberanía, establece la ley. Las leyes son actos de la voluntad general. Como la soberanía es indivisible, Rousseau no admite la división de poderes del Estado y considera que el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial residirán en la voluntad general. Las leyes tienen por objeto lo general, no lo particular. La república es todo estado regido por leyes emanadas de la voluntad general. Todo gobierno legítimo es republicano. Es difícil,  pero necesario establecer leyes justas. Por ello, insiste Rousseau en la necesidad de contar con un legislador sabio que oriente e ilumine la voluntad general. La dificultad de la tarea hizo en otro tiempo a los legisladores reforzar las leyes presentándolas como instituidas por los dioses.
    La aplicación de la ley corre a cargo de las autoridades políticas, que no tienen autoridad propia, sino delegada, pues el sujeto de la soberanía y del poder político es la voluntad general del pueblo, que es intransferible. La voluntad general decide, pues la forma de gobierno y nombra a los gobernantes, que son revocables por el pueblo que los ha elegido. Las formas básicas de gobierno son tres: la democracia, que surge cuando el soberano entrega el gobierno a todo el pueblo y que es la forma de gobierno apropiada para estados pequeños y donde haya mucha igualdad en las categorías y las fortunas, la aristocracia, que nace cuando el soberano entrega el poder a un pequeño y selecto grupo y que es apropiada para estados medianos y la monarquía, en la que un magistrado recibe el gobierno del soberano, apropiada para pueblos grandes.
    Rousseau considera necesario que el  Estado se dote de una religión civil. Discrepa con ello de Bayle, que sostenía que ninguna religión es útil al cuerpo político, pero también de Warburton, que sostenía que el cristianismo es el más firme apoyo para el cuerpo político, pues para Rousseau el cristianismo es más perjudicial que útil para la constitución del Estado, pues separa el sistema teológico del político, lo que es fuente de divisiones permanentes.
     De las tres clases de religiones que Rousseau distingue en función del criterio de su relación con la sociedad: la religión del hombre, sin templos, sin altares, sin ritos y basada en el culto interior a Dios, la más pura y simple religión del Evangelio, la religión del ciudadano, que inscrita en un sólo país, le da sus dioses y patrones propios y titulares y la religión del sacerdote, que establece dos patrias, dos legislaciones y dos jefes, la peor con diferencia es ésta última, pues no puede haber una república cristiana, ya que “…el cristianismo no predica sino sumisión y dependencia. Su espíritu es harto favorable a la tiranía para que ella no se aproveche de ella siempre. Los verdaderos cristianos están hechos para ser esclavos; lo saben y no se conmueven demasiado; esta corta vida ofrece poco valor a sus ojos”. Contrato. Libro IV. Cap.8
     Corresponde al soberano establecer la religión civil. El soberano no podrá obligar a creer los artículos de la religión civil, pero si podrá desterrar del Estado a los que no los crean, no por impíos, sino por insociables e incapaces de amar sinceramente las leyes. Los dogmas de la religión civil son pocos, fáciles y precisos: la existencia de la Divinidad, poderosa, inteligente, bienhechora y providente, la inmortalidad del alma, la justicia trascendente, que premiará a los buenos y castigará  a los malos, la santidad del contrato y la tolerancia hacia todas las religiones, excepto a la que sostenga que “fuera de la Iglesia no hay salvación”, que debería ser expulsada del Estado, pues tal dogma sólo conviene a un gobierno teocrático.
    5.- EL EMILIO: LA PEDAGOGÍA DE ROUSSEAU
    El “Emilio” (1762) es un tratado de educación, pero contiene también la concepción del hombre de Rousseau. El presupuesto en que se basa es que si la sociedad y la cultura corrompen la naturaleza humana, la educación podría neutralizar la deformación que aquellas ejercen sobre el hombre, aislando al niño de la sociedad y preservándole de su influencia alienante, para educarle en los principios de la naturaleza.. El Emilio consta de cinco libros, dedicados a las cinco etapas de la vida: infancia, niñez, pubertad, adolescencia y juventud, en los que Rousseau describe y prescribe la educación que el ayo o preceptor debe proporcionar a Emilio, niño huérfano.
    La educación de Emilio, se desarrollará en el campo, alejado de todo contacto social, para evitar una socialización incorrecta y totalmente librado a la influencia del preceptor. Se divide en dos grandes fases. La primera ha de ser negativa. Se ha de impedir toda imposición externa así como la adquisición de hábitos negativos y vicios sociales, dejando al niño libertad para que aprenda por sí mismo, basándose en su propia experiencia.  La educación intelectual ha de ser mínima. Ni libros ni razonamientos. Al final de la etapa, el preceptor le permitirá la lectura de Robinson Crusoe de Daniel Defoe. La segunda etapa, desde los quince años a la edad adulta exige ya la preparación para la vida. Emilio alternará ahora  el aprendizaje de habilidades intelectuales y manuales, mediante el aprendizaje de un oficio y la educación  moral y sexual, lo que le dispondrá bien para conocer a Sofía.
    6.- LA FILOSOFÍA DE LA RELIGIÓN DE ROUSSEAU
                  En la “Profesión de fe de un vicario saboyano”,  obra integrada en la cuarta parte del Emilio, y con un fuerte componente autobiográfico, expone Rousseau su concepción deísta de la religión, a la que concibe como una religión moral.
    La primera parte de la Profesión la dedica Rousseau a criticar el materialismo de Holbach y de Helvetius (1715-1771), sosteniendo que la materia, cuya existencia conocemos a través de nuestras sensaciones, es una masa inerte e inmóvil a la que sólo Dios pudo poner en movimiento. En la segunda, el vicario expone sus creencias: la existencia de Dios, la inmortalidad del alma, y la religión natural, creencias que  le impiden  hacer una crítica radical de las instituciones religiosas, comparable a la de sus “amigos” ilustrados más anticlericales, pues según nos dice:”La religión no es otra cosa que la máscara del interés; y el culto sagrado, la salvaguarda de la hipocresía”
     Rousseau no hace un alarde de originalidad para demostrar la existencia de Dios. Recurre al argumento aristotélico-tomista del orden y la finalidad en el mundo o argumento del designio. Polemizando con los materialistas, que explicaban el “orden” natural como resultado de la combinación fortuita de la materia en el curso de largos periodos de tiempo, Rousseau responde que el maravilloso reloj del universo exige un Relojero divino y previsor que disponga ordenadamente las piezas para que el reloj funcione, pues ”¿acaso se puede creer que a fuerza de mezclar al azar multitud de veces las letras del alfabeto puede surgir la Eneida?”. Dios sería, naturalmente, esa inteligencia ordenadora, atributo al que añade Rousseau los de potencia, voluntad y bondad infinitas: “…lo cierto es que el todo es uno y anuncia una inteligencia única, porque yo nada veo que no esté coordinado a un mismo sistema y no concurra a un mismo fin, que es la conservación de todo el orden establecido. Ese ser que quiere y puede, este ser activo por sí mismo, este ser, sea cual sea, que mueve el universo y coordina todas las cosas, yo le llamo Dios. A este nombre agrego las ideas de inteligencia, potencia y voluntad que he reunido, y la de bondad que es una consecuencia de ellas”. 
    Sin embargo, a diferencia de los teistas, que creen posible conocer a Dios, Rousseau niega tal posibilidad: “…más no por eso conozco mejor al ser que he llamado de ese modo; se esconde por igual a mis sentidos y a mi entendimiento; cuando más pienso en él, más me confundo; sé ciertamente que existe por sí mismo; sé que mi existencia está subordinada a la suya y que todas cuantas cosas conozco se encuentran en el mismo caso. En todas partes reconozco a Dios en sus obras, le siento en mí, le veo alrededor mío, pero tan pronto como quiero contemplarlo en sí mismo, así que quiero averiguar dónde está, quien es, cuál es su sustancia, huye de mí y perturbado mi espíritu nada distingo”.
     Así, pues, es imposible conocer la naturaleza divina. Pese a ello, Rousseau sostiene que Dios es providente y polemiza con Voltaire que, deísta también, no creía en la Providencia divina, impactado por la gran catástrofe que supuso el terremoto de Lisboa del año 1755. Voltaire cuestionó y ridiculizó también, en su “Cándido”, la tesis leibniziana que sostenía que vivimos en el mejor de los mundos posibles.
    Rousseau sostiene también la creencia en la inmortalidad del alma, basándose en la tesis dualista cartesiana según la cual, el hombre, además de un cuerpo material, que no puede pensar, está dotado de un alma inmaterial, que siente, aunque no puede conocer: “Siento mi alma, la conozco por el sentimiento y por el pensamiento y sé que existe, sin saber cuál es su esencia, porque no puedo razonar sobre ideas que no poseo.”,  tesis en la que se manifiesta la influencia de su amigo Hume, que afirmó que no tenemos ninguna idea, ni de sensación ni de reflexión de la sustancia espiritual.
    Sostiene también Rousseau, polemizando con el materialismo  ateo y determinista de Holbach (1723-1789) y siguiendo a S. Agustín, que el hombre está dotado de libre albedrío, que le permite elegir entre el bien y el mal. Siguiendo a Locke y a Hume, hace radicar la conciencia de la identidad personal en la memoria y basa en ella la expectativa de la justicia divina, que premiará a los buenos y castigará a los malos, coincidiendo en ello con Voltaire, que, elitistamente, consideraba que si Dios no existiera, habría que inventarlo para que el temor a los castigos de ultratumba mantuviera controlada a la “canalla”: “Lo que sé bien es que la identidad del yo solamente se prolonga en la memoria y que para ser efectivamente el mismo, es preciso que me acuerde de haber sido. Ahora bien, no podría acordarme después de mi muerte de lo que he sido durante mi vida sin acordarme de lo que he sentido, y, por consiguiente, de lo que he realizado, y yo no dudo que este recuerdo constituya un día la felicidad de los buenos y el tormento de los malos”.
    Sin embargo, el tierno y compasivo corazón de Rousseau, pese a su creencia en el juicio final, no puede creer que, siendo Dios bueno y misericordioso, castigue con penas eternas en el más allá a los malvados en el más acá: “No digo que los buenos serán recompensados porque ¿qué otro bien puede esperar un ser excelente que vivir conforme a la naturaleza? Pero sí digo que serán felices, porque habiéndolos creado sensibles, el autor de toda justicia, no los hizo para sufrir…pero han sufrido en esta vida y serán recompensados en la otra. Este sentimiento se funda menos en el mérito del hombre que en la noción de bondad que me parece inseparable de la esencia divina…No me preguntéis tampoco si los tormentos de los malos serán eternos y si es bondad por parte del Autor de su ser condenarlos a sufrir siempre…¿Qué me importa lo que ha de ser de los malos? Tampoco me interesa su suerte. Con todo, me apena creer que sean condenados a eternos tormentos…”.
La religión natural, a la que se refiere Rousseau en el “Contrato” como religión del hombre, es una religión racional, limitada por la razón, en el sentido de que todo lo que rebase los límites de la razón en la religión, lo irracional o lo sobrenatural, como los milagros, debe ser rechazado. Se trata de una religión que cada cual puede leer por sí mismo en el libro de la naturaleza, cuyos caracteres son los  impulsos y sentimientos que el Creador puso en ella, como el amor de sí y la piedad, en los que se fundan los más elevados preceptos morales. Influído por su amigo Hume, Rousseau considera que el  verdadero templo de la divinidad no son las catedrales, sino el corazón humano, de donde sale el sentimiento de amor a Dios y a nuestros semejantes.
    El vicario saboyano contrapone así la revelación sobrenatural, formada por una variada gama de creencias imaginarias, distintas para las diversas religiones y procedentes de las fantasías de sus sacerdotes y la revelación natural, formada por inclinaciones y sentimientos comunes a todos los seres humanos, cuya sede es el corazón y la conciencia. La revelación sobrenatural es contraria a la razón, pues nos insta a creer en la arbitrariedad de un Dios que elige a unos pueblos en detrimento de otros, predestina a algunos individuos a la salvación y a otros a la condenación eterna, pretende que creamos en los milagros, es decir, en la suspensión de las inalterables leyes de la naturaleza, que son obra del mismo Dios, lo que en consecuencia presupondría que Dios tiene necesidad de corregirse a sí mismo y que su obra es, pues imperfecta. Además, nos pide que creamos en los libros sagrados, sin que podamos saber si son obras de Dios o de los hombres y en la infalible autoridad de la Iglesia, habiendo tantas razones para creer en su falibilidad. Por tanto, la religión natural, rechaza los ritos, los dogmas, los milagros y las autoridades de las religiones positivas, históricas, que han conducido a la irracionalidad, al fanatismo y a la masacre de impíos y herejes y asume la creencia en un Dios racional.
    Rousseau su ubica así en el terreno del deísmo, concepción de la religión surgida en Gran Bretaña tras las guerras civiles y religiosas, que pretendía depurar la religión de las creencias irracionales y encontrar un denominador común  de las creencias de las grandes religiones positivas. El deísmo, fue desarrollado  en Inglaterra por J.Locke, J.Tolland y M.Tindal y en Francia por Voltaire (1694-1778), el primer Diderot y el propio Rousseau, y, a diferencia del agnosticismo, que no cree que se pueda saber si Dios existe o no y cómo es y del ateísmo de filósofos como el barón D´Holbach, que negaron la existencia de Dios, sostiene que Dios existe y que es creador del mundo y del hombre, aunque después de crearlos se desentendió de ellos, como pensaba Voltaire, por lo que no es responsable de los males del mundo, atribuibles sólo al mal uso del libre albedrío que Dios le otorgó. Los deístas rechazaron las religiones positivas, aceptando la religión natural, negaron la revelación sobrenatural, y defendieron una religión natural, que rechazaba ritos y cultos.   
        La teodicea de Rousseau tampoco es original. Dios no es responsable del mal en  mundo, ni del mal físico, ni del moral, ni del metafísico. Dios es bueno y todo  en el mundo salió perfecto de sus manos, por lo que el responsable de la existencia del mal  en el mundo no es tanto  el hombre, que es bueno por naturaleza, cuanto la sociedad, corruptora de su bondad y de su inocencia originaria, como sostiene E. Cassirer: “todo sale perfecto de las manos del creador de la naturaleza, todo degenera en las manos de los hombres”, “El ser humano ha nacido libre y en todas partes se encuentra encadenado”. Rousseau quita hierro a los males que afligen al hombre. El mal físico, como el dolor, avisa al hombre de que algo no anda bien en su organismo y las enfermedades son producto de la corrupta vida civilizada. El mal moral es responsabilidad exclusiva de los humanos, como decía S. Agustín, pues, dotados de libre albedrío, que les permite distinguir entre el bien y el mal, son responsables y culpables de los males que les atormentan y el mal metafísico, la muerte, no es tal, pues forma parte de la naturaleza humana y no sería tan temible si no hubiera sido rodeada  de lúgubres y erróneas ideas por la cultura. De hecho, el hombre, en el estado de naturaleza, no conocía la muerte, como tampoco la conocían Adán y Eva antes del pecado y la expulsión del paraíso.   
    La moral rousseauniana no es una moral religiosa, ni es una moral heterónoma, dependiente de Dios y sometida a la religión, como la católica. Es una moral naturalista, basada en el pseudónimo secularizado de Dios que es la Naturaleza y en la Razón, que permite al hombre captar las supuestas leyes naturales. Los preceptos de esta moral naturalista deberían basarse en esas inclinaciones que forman parte de la naturaleza humana, como el amor de sí, la compasión y la benevolencia, y no en las normas convencionales, artificiales y antinaturales inventadas  por la sociedad.
    7.- REPERCUSIONES DE SU OBRA  
    Lo obra de Rousseau produjo una fractura en el pensamiento ilustrado francés, al distanciarse del floreciente mito del progreso cultivado por los filósofos ilustrados y al criticar el carácter convencional y alienante de la sociedad civil, basada en la propiedad privada y el Estado.
    Rousseau  contribuyó a crear el nuevo clima cultural prerromántico, rehabilitador de la sensibilidad y del sentimentalismo  de las “almas bellas”, que preparó el romanticismo, espíritu, tan evidente en “Julia o La Nueva Eloisa”, que hizo que Hölderlin considerase a Rousseau en su poema “El Rhin” como un “hijo de la tierra”.
     La crítica rousseauniana  fue aplaudida por los protagonistas jacobinos de la Revolución francesa y en el siglo XIX, por el marxismo, que vio en los “Discursos” el precedente de la dialéctica y de la teoría de la alienación y por el anarquismo. La crítica rousseauniana de la civilización  anticipa la efectuada por Sigmund Freud en “El malestar en la cultura”, donde el fundador del psicoanálisis  concibe a la civilización como la negación represora de la naturaleza y causa de la neurosis y de la enfermedad del hombre civilizado, crítica que  recoge Herbert Marcuse en su obra “Eros y civilización”, obra en la que postula la utopía posible de una civilización no represiva, donde se haya superado la sobrerrepresión que el capitalismo ejerce sobre la base libidinal de la naturaleza humana en beneficio de la explotación del trabajo y de la acumulación capitalista.
     Su obra sugiere también la crítica de la razón instrumental llevada a cabo por la Horkheimer y Adorno y  puede ser considerada precedente de  la contracultura que T. Roszack preconizó en la estela del movimiento hippie de los años sesenta.
     La nostalgia del paradisiaco estado de naturaleza perdido y la propuesta utópica de reconquistarlo puede encontrarse actualmente en la figura del filósofo anarquista norteamericano John Zerzan, partidario de un anarcoprimitivismo que propugna la superación de la alienante civilización tecnocientífica de las sociedades industriales avanzadas.
    Por otra parte, E. Durkheim, vio en J.J. Rousseau al primer sociólogo, por haber resaltado el papel de la división social del trabajo en la diferenciación y en la estructura social y Levì Strauss  le consideró como uno de los padres de la antropología, por la  introducción de la ficción teórica del estado de naturaleza, grado cero de la civilización, que le permitió medir la distancia entre el estado del hombre civilizado actual y la prístina naturaleza humana y por sus referencias etnográficas a los pueblos salvajes.
     Jean Starobinski, en su monografía sobre nuestro autor titulada “J.J.Rousseau. La transparencia y el obstáculo”, interpreta los “Discursos” de Rousseau como producto de la secularización del mito bíblico de la caída del hombre por el pecado. Como en la Biblia, también en los “Discursos”, se supone un estado paradisiaco, el estado de naturaleza, en el que los hombres no habrían conocido ni la necesidad ni la muerte, y del que se enajenaron al “caer” en la historia.
     Por último, Clément Rosset, en su ensayo la “Antinaturaleza”, acusa a Rousseau de ser el restaurador de la religión y de la metafísica en el siglo XVIII, restauración basada en la nostalgia de una naturaleza perdida e indefinible, accesible sólo  mediante transportes místicos, desde la que  Rousseau impugna por falso, antinatural y artificial, el presente. La insatisfacción y el resentimiento contra este mundo, habrían conducido a Rousseau a negar por irreal y aparente este mundo terrenal para refugiarse en el paraíso perdido de la naturaleza, que él ubica en el pasado, remedando en esto al mito de la edad de oro de Hesiodo, mientras que otros nihilistas lo ubican en el futuro o en la “otra vida”.  
    Los filósofos liberales han criticado el carácter totalitario del contrato social, que diluiría la libertad individual en el todo de la voluntad general, sacrificándola ante el Moloch del Estado, así como por su rechazo de la división de los poderes y de los partidos políticos.  Los anarquistas, pese a simpatizar con él por su denuncia de la desigualdad y del poder, han criticado también el contrato social rousseauniano por su carácter totalitario y supresor de las libertades individuales, como hizo Bakunin.

RESUMEN DE LOS CAPÍTULOS VI Y VII DEL CONTRATO SOCIAL
     Resumo brevemente, a título contextualización del texto de Rousseau los capítulos I,II,III.IV y V. Nos dice en ellos Rousseau que:   La familia es la sociedad más antigua y natural. En ella, los hijos deben obediencia a los padres hasta que se emancipan, momento a partir del cual  se convierten en seres autónomos y libres. Es también el primer modelo de las sociedades políticas, pues el jefe es la imagen del padre y el pueblo de los hijos, pero el amor del padre que le conduce a cuidarlos, deja paso al amor al poder del jefe.
     Rousseau cuestiona la tesis de Grocio, que sostiene que el poder no se establece a favor de los gobernados, poniendo como ejemplo la esclavitud. Critica también a Hobbes, quien compara a la especie humana con un rebaño guardado por un jefe y discrepa de Aristóteles, quien justificaba la esclavitud considerándola natural, pues si hay esclavos por naturaleza, responde Rousseau a Aristóteles, es porque primero hubo esclavos contra naturaleza, pues la fuerza convirtió a los hombres libres en esclavos y la cobardía los perpetuó como tales.
    Critica también la doctrina del derecho del más fuerte, pues la mera fuerza no crea el derecho. Si un ladrón me amenaza con matarme, si no le doy la bolsa, le obedezco por prudencia, pero su fuerza no crea en mí  conciencia obligación moral alguna hacia él. Además, si la fuerza crease el derecho, éste cambiaría al haber una fuerza mayor que la primera. Así pues, siendo iguales los hombres por naturaleza, la esclavitud es una institución convencional. Rousseau critica la tesis de Grocio según la cual, de la misma forma que un particular puede enajenarse de su libertad y convertirse en esclavo de un señor, también podría hacerlo un pueblo, alegando que: 1) hay una gran diferencia entre un particular y un pueblo, pues aquél cedería su libertad al amo a cambio de su manutención, mientras que en el caso del pueblo, no recibiría nada a cambio de la renuncia a su libertad, pues además debería mantener al rey, 2)Además,  tal contrato es absurdo, ilegítimo y nulo, pues los padres podría renunciar a su libertad enajenándose de ella a favor del rey, pero no tienen derecho a enajenar la de sus hijos, pues atentaría contra los fines de la naturaleza, por lo que para que tal gobierno fuera legítimo, el pacto debería renovarse cada generación, y 3) quien renuncia a la libertad renuncia a la humanidad y a la responsabilidad. Critica también la tesis de Grocio de que la guerra da derecho al vencedor a hacer esclavos a los vencidos a cambio de perdonarles la vida, pues dice Rousseau que la guerra es una relación de Estado a Estado y no de hombre a hombre, por lo que destruido un Estado por otro, el vencedor no tiene derecho a esclavizar a los vencidos en cuanto hombres, y, en cualquier caso, si lo hiciera, estos estarían forzados a obedecer, pero no obligados moralmente a ello, hasta que fueran lo suficientemente fuertes como para derrocarlo. Por eso, “esclavo y derecho son palabras contradictorias. El esclavo lo es de hecho, pero no de derecho”         
           Hay gran diferencia en someter a una multitud por la fuerza y gobernar una sociedad. La sumisión de la multitud a un amo, da lugar a un señor y a sus esclavos. La elección de un jefe crea un pueblo. Pero examinemos, antes que la elección del jefe por el pueblo, cómo se constituye un pueblo. El pueblo se constituye como tal mediante el pacto social.


    Capítulo VI del Contrato social
(1-6)Para explicar el pacto social Rousseau parte de suponer un momento en que los hombres, todavía en el estado de naturaleza, encuentran en él ya más perjuicios que beneficios, de modo que para sobrevivir necesitan cambiar de estado y de manera de ser.
(6-11)Como cada hombre no puede aumentar su propia fuerza para vencer los obstáculos a los que se enfrenta en el estado de naturaleza, para conservarse, decide sumarla a la de los demás con objeto que la fuerza mayor que salga de la unión, le permita vencer los obstáculos que amenazan su supervivencia individual.
(12-17) Pero entonces surge la pregunta siguiente: ¿no perjudicará a cada uno de los socios crear una fuerza mayor que la de cada uno de ellos, renunciando así a su propia fuerza y libertad, para resolver los problemas de todos?¿No le hará a cada uno de los socios abandonar su propio cuidado?.
(18-22)El problema del contrato social radica en “encontrar una forma de asociación que defienda con toda la fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado y, gracias a la cual, cada uno, en unión con los demás, solamente se obedezca a sí mismo y quede tan libre como antes”. Una organización como la de los tres mosqueteros, con el lema “uno para todos y todos para uno”.
(23-30)Las claúsulas del contrato se establecen al pactar los contratantes. Aunque nunca hayan sido enunciadas formalmente, son las mismas en todas partes. Todos las conocen y las admiten. Si se viola el pacto, si se rompe el contrato, los socios contratantes recuperan los derechos originarios que tenían en el estado de naturaleza, su libertad natural y pierden la libertad convencional por la cual renunciaron a aquélla.
(31-35)Las claúsulas del pacto social se reducen a una: cada asociado se aliena o enajena de todos sus derechos al cederlos o entregarlos a toda la comunidad. Como esta condición es común para todos los socios, nadie quiere hacerla demasiado pesada para los demás, pues entonces, también lo sería para él.
(36-42)La enajenación  sin reservas de  todos los derechos de cada socio a favor de la asociación, hace que ésta sea la más perfecta posible. Pero la cesión de cada socio de todos sus derechos ha de ser total, pues si conservasen algunos, al ser todos iguales y al no haber entre ellos ningún superior, en caso de litigio, no habría un juez imparcial que dictase una sentencia justa entre ellos y el público. Pero entonces, cada uno se convertiría en su propio juez y sería parcial, lo que les devolvería al estado natural de conflicto.
(43-46)El contrato es equitativo porque cada socio, dándose a todos, no se da a ninguno en particular y da a los demás los derechos que de ellos recibe, pero cada uno gana la fuerza de todos los demás para conservar las que tiene.
(47-51) La esencia del pacto consiste en que:”Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, recibiendo a cada miembro como parte indivisible del todo”.
(52-65) El contrato que crea la sociedad hace nacer un CUERPO MORAL o COLECTIVO, una unidad con un YO COMÚN, una vida y una VOLUNTAD COMÚN, UNA VOLUNTAD GENERAL, cuerpo moral que está compuesto por tantos votos cuantos tiene la asamblea. La persona pública o cuerpo moral se llama ESTADO cuando es pasivo (el Estado es lo que está  permanece). La persona pública o moral se llama SOBERANO cuando es activo y decide. Se llama PODER, cuando se compara con otros poderes soberanos o Estados. Se llama PUEBLO cuando nos referimos al conjunto de los ciudadanos asociados. Los asociados se llaman CIUDADANOS en cuanto participan de la autoridad soberana y SÚBDITOS, en la medida que están sometidos a la ley que ellos mismos han creado.
    Capítulo VII del Contrato social.
    (66-74)“El acto de asociación encierra un compromiso recíproco del público con los particulares” Estos se comprometen con el cuerpo político, con el todo y éste se compromete con los particulares. Pero cada particular  se halla comprometido por la relación doble que ha contraído. Por una parte, como miembro del soberano, del cuerpo moral respecto de los particulares es legislador. Por otra, como miembro del Estado respecto del soberano es súbdito. En este caso de la relación de los particulares con el todo, no puede aplicarse la máxima del derecho civil de que nadie está obligado a cumplir los compromisos que contrae consigo mismo, pues hay mucha diferencia entre obligarse a sí mismo mediante un compromiso y obligarse a si mismo mediante un compromiso o contrato con todos los demás.
(75-88) Del pacto social nace una persona pública, que puede deliberar, en una asamblea, para tomar una decisión, al igual que lo hace cualquier persona antes de actuar. Si tras la deliberación, el soberano o persona pública establece una ley, los súbditos o socios particulares que forman parte del todo social, del soberano, están obligados a obedecerla. Pero esa ley que ha establecido el soberano tras la deliberación pública, no es obligatoria para el soberano, es decir, para el cuerpo político que la ha establecido, por lo que  puede o bien revocarla o bien infringirla. Es decir, las personas privadas están obligadas a cumplir la ley, que es la expresión de la voluntad general de la persona pública que es el cuerpo político, pero la persona pública que surge del pacto asociativo, no está obligada a cumplirla incondicionalmente, sino hasta que la considere conveniente y no la revoque. El soberano se encuentra, pues en la misma situación que una persona que contratase consigo misma, que puede rescindir el contrato sin contar con nadie.
(89-94) Como el cuerpo político o soberano procede del contrato. El soberano no puede comprometerse u obligarse a nada que derogue el acto del contrato por el que nace el soberano. No podría someterse a otro soberano o enajenarse de alguna parte de sí mismo.
(95-101) El contrato reúne a una multitud en un cuerpo o persona pública que es el soberano. Por el pacto, las partes contratantes se obligan a prestarse apoyo mutuo. Pues si se ataca a uno de los socios, es como si se atacase a todos y si se ataca al todo, es como si se atacase a cada socio.
(102-112)Como el todo, el soberano, está formado por los particulares no puede tener intereses contrarios a los de los particulares y no puede querer perjudicarlos, de la misma forma que el cuerpo no puede querer perjudicar a sus órganos. Por ello, el poder soberano no tiene necesidad de garantías respecto a sus súbditos.”El soberano por ser lo que es, es siempre lo que debe ser”. Pero no ocurre lo mismo con los socios particulares que, además del interés común, tienen intereses particulares y contradictorios. Por lo que debe encontrar medios para asegurarse de la fidelidad de los socios, pues, en caso contrario, disfrutarían de los derechos de ciudadano, sin cumplir los deberes de súbdito, como, v.g. aquéllos que se benefician de los servicios públicos y exigen que el Estado los mejore, pero se niegan a pagar impuestos.
(112-133) Por ello, para que el pacto no sea vano, hay que concluir que el particular que se niegue a obedecer la voluntad general, debe ser obligado por todo el cuerpo social, es decir, por el soberano, lo que significa “…que se le obligará a ser libre”. Esta paradójica fórmula rousseauniana deja de serlo si se distingue entre la libertad natural, de la que disfrutaban los hombres en el estado de naturaleza, donde podían hacer todo lo que quisieran y pudieran y la libertad convencional o civil, adquirida por los particulares al establecer el contrato social y convertirse en ciudadanos, basada en la renuncia a la libertad natural para disfrutar de las ventajas que ofrece la sociedad a sus miembros. La libertad civil o convencional adquirida por los particulares mediante el contrato, por el que renuncian a la independencia del estado natural, les convierte en seres dependientes del todo que forman mediante su asociación, convirtiéndoles en ciudadanos comprometidos con la “patria”, que puede obligarles a cumplir los compromisos contraídos por el pacto.      
    Por el contrato el hombre sustituye su libertad natural por la civil, el instinto por el deber, sus inclinaciones y apetitos por el derecho, la libertad absoluta e incondicionada por la libertad civil, limitada por la voluntad general, la posesión derivada del derecho del primer ocupante por la propiedad, la libertad del apetito por la libertad moral basada en la obediencia a la ley, la desigualdad natural, de fuerzas y de talentos, por la igualdad moral y cívica, aunque bajo los malos gobiernos la igualdad es aparente e ilusoria y sólo sirve para mantener al pobre en la miseria y al rico en su usurpación.      

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