LA FILOSOFÍA DE J.J.
ROUSSEAU (1712-1778)
1.- VIDA Y OBRAS
Jean Jacques Rousseau nació en Ginebra en 1712. Su madre
murió en el parto y su padre, relojero de profesión, lo abandonó cuando tenía
diez años. En 1725 inició el aprendizaje de grabador, que pronto abandonó, al
presentarle el cura de Confignon a la baronesa de Warens, de quien se convirtió
en protegido y amante y bajo cuya influencia se convirtió al catolicismo. En
este feliz periodo, Rousseau, autodidacta, estudió filosofía, latín, historia,
geografía, moral y álgebra. Tras un periodo de viajes, en el que, según cuenta
en las “Confesiones”, llevó una vida de vagabundo, mendigando por los caminos y
aldeas de Italia y durmiendo en cobertizos o bajo las estrellas, volvió con
madame de Warens, hasta que de 1738 a 1740 trabajó como tutor de Mr de Mably.
Entonces conoció a Condillac. En 1742 viajó a Venecia como secretario del conde
de Montaigu, con quien se enemistó y
quien le despidió por insolente. De vuelta a París conoció a Voltaire en
1745 y en 1749 a Diderot, quien le encargó los artículos sobre música de la “Enciclopedia”
y le introdujo en el salón de Holbach.
En 1750, ganó el
premio de la Academia de Dijon con su “Discurso sobre las artes y las
ciencias”, lo que le hizo famoso, pero le enemistó con los “philosophes”, por
la tesis defendida en él, según la cual el progreso de las artes y las ciencias
había corrompido al hombre. Probó de
nuevo a ganar el premio de la Academia de Dijon con su “Discurso sobre el
origen de la desigualdad entre los hombres”(1754), pero esta vez no se lo
concedieron. Incómodo en París, como se evidencia en los “Discursos”, volvió a
Ginebra y se convirtió al protestantismo para conseguir la ciudadanía. De
vuelta a París, le envió a Voltaire un ejemplar del “Discurso sobre el origen
de la desigualdad entre los hombres”, quien le contestó dándole irónicamente
las gracias por su “nuevo libro contra la especie humana”.
Desde 1756 a 1762
se recluyó en Montmorency, donde escribió la “Carta a D´Alembert sobre los
espectáculos” (1758), “La nueva Heloisa” (1762), el “Contrato social” (1762) y
el “Emilio”, su tratado sobre la educación, cuyos métodos no puso en práctica
con los cinco hijos que tuvo con su compañera Thérèse Levasseur, que acabaron
todos en el hospicio. Rousseau rompe definitivamente con los filósofos, de lo
que da fe en sus “Cartas morales”. La publicación del “Contrato social” y el
“Emilio” le acarrearon problemas con la censura, por ello se trasladó primero a
París y luego a Ginebra, donde tampoco era bien visto. Tras renunciar a la
ciudadanía ginebrina, partió hacia Berlín, pero cambió de opinión por el camino
y en 1766 cruzó el canal con Hume, con quien también acabó enemistándose, pese
a que el escocés le estaba intentando conseguir una pensión real. Volvió a
Francia, donde se enfrentó a una campaña de desprestigio orquestada por Diderot
y Grimm. La ruptura con sus antiguos
amigos afianzó su carácter paranoico,
que le hacía creerse objeto de una conspiración universal. En 1778 se trasladó
a Ermenonvile, como huésped del marqués de Girardin, en cuyo palacio murió. Fue
enterrado en los jardines del palacio hasta que en 1794, en plena revolución,
sus restos fueron trasladados al Panteón de hombres ilustres de París, donde
reposan junto a los de Voltaire. Sus “Confesiones” y sus “Ensoñaciones de un
paseante solitario” se publicaron ya póstumamente.
2.- LA CRÍTICA NATURALISTA DEL
CONCEPTO DE CIVILIZACIÓN
En su “Discurso sobre las artes y las ciencias”,
se enfrenta Rousseau ya a los filósofos,
que veían en el desarrollo de las artes
y de las ciencias la condición del progreso del género humano, al
mantener la provocadora tesis de que la civilización, de la que forman parte
nuclear las artes y las ciencias, lejos de haber :”purificado las costumbres”, no han hecho
más que extender el vicio, la esclavitud y la discordia entre los hombres,
corrompiendo la bondad originaria del hombre natural:
“Mientras que el
gobierno y las leyes proveen a la seguridad y el bienestar de los hombres, las
ciencias, las artes y las letras, menos despóticas, pero más poderosas quizás,
tienden guirnaldas de flores sobre las cadenas de hierro de que están cargados,
ahogan en ellos el sentimiento de esa libertad original para la cual parecían
haber nacido, les hacen amar su esclavitud y forman así lo que llaman pueblos
civilizados. La necesidad elevó los tronos, las ciencias y las artes los han
consolidado”. Rousseau. Discurso sobre las artes y las ciencias.
El diagnóstico rousseauniano sobre la civilización no podía
ser más pesimista y sombrío. La civilización habría engendrado una sociedad
hipócrita, en la que “el aspecto exterior no es la imagen de las
disposiciones del corazón”, donde la “decencia no es la virtud”,
donde la riqueza y la opulencia han debilitado la salud y la fuerza verdaderas.
La artificiosa sociedad civilizada nos habría alienado de la naturaleza,
enturbiado la transparencia de la vida natural y desfigurado la naturaleza
humana. Habría impuesto artificiosas y
convencionales costumbres uniformadoras que asfixiarían la sinceridad natural y
habría sustituido la despreciada ignorancia por el escepticismo pirrónico.
Ante el desolador y
alienante panorama de la civilización, Rousseau recomienda permanecer en: “…la
feliz ignorancia en la que la sabiduría eterna nos había colocado”. “Seguid“,
nos dice, las lecciones de la naturaleza, que ha querido preservarnos de la
ciencia de la misma manera que una madre arranca un arma peligrosa de manos de
su hijo”. El inventor de las ciencias, continúa diciendo Rousseau en la
segunda parte del “Discurso”, fue un enemigo de la tranquilidad de los hombres.
Las ciencias nacen de nuestros vicios, la astronomía de la superstición, la
geometría de la avaricia, la elocuencia de la ambición, la física de la
curiosidad vana, y contribuyen a multiplicarlos. Al aumentar el ocio, el lujo y
la opulencia, corrompen las costumbres, afeminan el valor y desvanecen las
virtudes militares.
Rousseau critica a
los filósofos llamándolos pandilla de charlatanes y lamenta la invención de la
imprenta, que multiplicó los errores y la extravagancia de los Demócritos y los
Hobbes. Nuestro autor acaba su “Discurso” con una piadosa invocación: “Dios
todopoderoso, tú que tienes en tus manos los espíritus, líbranos de las luces y
de las funestas artes de nuestros padres y otórganos de nuevo la inocencia y la
indigencia, únicos bienes que pueden hacer nuestra felicidad y los únicos
méritos ante ti” y con un intento de conciliación entre ciencia y virtud
que exhala un profundo aroma a platonismo y a despotismo ilustrado, al proponer
a los reyes seguir los buenos consejos
de los verdaderos sabios que tienden al bienestar de los pueblos. Pero mientras
la autoridad permanezca aislada de un lado y las luces y la ciencia por otro,
nos advierte, los sabios raramente concebirán cosas grandes, los príncipes más raramente aún los ejecutarán y los
pueblos seguirán siendo viles, corrompidos y desgraciados”
El “Discurso sobre
las artes y las ciencias” de Rousseau remite al discurso naturalista de
Antifon, a los cínicos y a los estoicos, quienes ya contrapusieron la
naturaleza al artificio de la convención y la cultura, colocando del lado de
aquélla la esencia, la verdad y la virtud y del lado de ésta la engañosa
apariencia, la mentira y el vicio y quienes, sobre todo a los cínicos, quienes
con Diógenes a la cabeza dando ejemplo con su impúdica vida, impugnaron de
forma radical la civilización esclavista de su época, recomendando vivir
conforme a la naturaleza. En Rousseau, sin embargo, este discurso naturalista y
crítico se tiñe de resonancias bíblicas al impregnarse de nostalgia por el
estado de inocencia originaria del que supuestamente habría disfrutado el
hombre en el mítico paraíso terrenal, antes de ser expulsado de él y de caer en
la historia a consecuencia del pecado original, causado por el orgullo y la
soberbia que le llevó a comer el fruto del árbol de la ciencia. Los
amigos ilustrados de Rousseau, Diderot, D’Alembert, Holbach y Voltaire
interpretaron el “Discurso” como lo que era, una auténtica declaración de
guerra.
3.- ANTROPOLOGÍA E HISTORIA EN EL DISCURSO SOBRE EL ORIGEN DE LA DESIGUALDAD.
En el “Discurso sobre el origen de la desigualdad
entre los hombres” continúa Rousseau con su grito de denuncia contra el
carácter opresivo y alienante de la civilización y repitiendo su idea de que el
progreso de la ciencia y de la técnica no ha ido acompañado del
progreso moral de la humanidad, hecho que se evidencia en el aumento de la
desigualdad de riqueza, de poder y de estatus entre los hombres civilizados.
Nos dice allí
Rousseau que el más útil de los conocimientos, el del hombre, que nos
permitiría distinguir lo que de natural hay en él, de
lo que las artificiales convenciones sociales le han ido añadiendo a lo
largo de la historia, es el más retrasado. Para avanzar en él, nos dice,
formulará algunas conjeturas que le permitirán separar que hay de
originario y de artificial en la naturaleza humana. Para ello, propone
remontarse con la imaginación al estado de naturaleza que supuestamente existió
antes de la organización social, con
objeto de “conocer bien un estado que ya no existe, que ha podido no
existir, que probablemente no existirá jamás, y del cual, sin embargo, es
necesario tener nociones justas para juzgar bien sobre nuestro estado
presente”. Prefacio.
Rousseau nos dice que dicha
investigación no es histórica, sino una mera hipótesis lógica
sobre la naturaleza humana originaria, concebida como un modelo o tipo
ideal normativo que nos permitiría juzgar la distancia entre dicha naturaleza
originaria y lo que de artificial y
convencional se ha ido añadiendo a ella en el curso de la historia
desnaturalizando al hombre, pues de hecho, el desconocimiento de la naturaleza
humana imposibilita el conocimiento de los derechos naturales del hombre, sobre
los cuales reina el desacuerdo entre los filósofos.
El “Discurso”
mostrará como en el curso de la historia, el progreso de las cosas acabó
sometiendo la naturaleza a la ley y como a la desigualdad natural entre
los hombres, basadas en diferencias de edad, de salud, de fuerza y de talento,
le sucedió la desigualdad moral y política, basada en la
convención artificial y en el privilegio de los ricos y de los poderosos.
Narrará, nos dice, la vida de la especie y como la educación y las costumbres
han ido depravando la naturaleza humana sin poder destruirla del todo.
No presentará al
hombre natural, continúa diciéndonos, como los naturalistas preevolucionistas
del tipo de Buffon (1707-1788), ni como
lo hace la religión, sino en su conformación última, andando sobre sus pies,
usando ya sus manos y midiendo con sus ojos la extensión del cielo. Recién
salido de la naturaleza, nos dice, Rousseau, el hombre es un animal menos
fuerte y ágil que otros, pero mejor organizado. Come bajo una encina, bebe de
un arroyo y duerme bajo un árbol. Hábil, imita las artes de los demás animales.
Omnívoro, se alimenta fácilmente gracias a la generosidad de la naturaleza. Es
fuerte, robusto, vigoroso, sano y de sentidos aguzados para sobrevivir.
Como el resto de
los animales, el hombre es una ingeniosa máquina dotada de sentidos, que
combina las ideas procedentes de ellos para conocer el mundo y lograr su supervivencia, pero, a diferencia
de ellos, está dotado de libre albedrío y es consciente de su libertad,
lo que le permite querer y escoger. Es, además, a diferencia de ellos, perfectible,
lo que le permite mejorar y progresar, perfectibilidad que, paradójicamente,
será la causa de todas sus desgracias, pues acabó, gracias a ella, por
separarse de la naturaleza, convirtiéndose en el tirano de ella y de sí mismo.
Es, además, un ser que percibe, siente,
desea y padece pasiones, a cuyo servicio pone su razón. Sus pasiones nacen de
sus escasas necesidades naturales: la alimentación, la hembra, el
reposo… En su inocencia, no conoce aún la muerte. Como el animal, el
hombre natural vive el presente, sin preocuparse por el futuro, que ni
siquiera conoce. Aislado de sus congéneres, no conoce el
lenguaje.
3.1.-EL ORIGEN DEL LENGUAJE Y LA
LOGOSFERA
Rousseau interrumpe
su relato genealógico para embarcarse en una digresión sobre el origen del lenguaje en la que resuenan
los ecos de la teoría lingüística de J. Locke. Discrepa de Condillac, con el
que está de acuerdo en gran parte, porque aquél concibe la sociedad como la
condición del lenguaje, mientras que Rousseau concibe al hombre en el jardín
del Edén natural como solitario. Imagina que el niño habría puesto las bases
del lenguaje, al tener más necesidad de comunicarse con su madre, que ésta con
él. Se pregunta retóricamente si el hombre necesitó las palabras para aprender
a pensar, o primero pensó y luego
inventó el arte de la palabra para comunicar sus pensamientos. Continuando con
sus conjeturas, imagina que el primer lenguaje del hombre fue el grito de la
naturaleza y el lenguaje del cuerpo, pero como éste no es visible de noche, la
necesidad forzó al hombre a inventar palabras para comunicarse. Las primeras
palabras debieron tener una significación más amplia que la que tienen en los
lenguajes actuales, debieron ser nombres propios que designaban cosas
particulares y el infinitivo sería el único tiempo verbal. A medida que los
hombres fueron conociendo los aspectos comunes de las cosas, los nombres
propios se convertirían los nombres comunes para designar las ideas generales
de las diferentes clases de cosas y progresivamente se irían formando los
números, las palabras abstractas, los tiempos verbales etc…
3.2.- EL HOMBRE EN EL ESTADO DE
NATURALEZA
Polemizando con
Hobbes, Rousseau niega que la vida del hombre en el estado de naturaleza fuera miserable,
cosa más propia de la civilización, que genera la miseria de muchos para
beneficio de unos pocos. Tampoco era malo, pues, solitario,
no conocía las relaciones sociales ni las obligaciones morales; en cualquier
caso, no se puede prejuzgar si el hombre natural era peor y más infeliz que el
hombre civilizado. Hobbes se equivocó sobre el hombre natural, pues lo que guía
a este hombre natural es el amor de sí, que le conduce a la
autoconservación, a la piedad o compasión,
y le permite ponerse en el lugar de los
demás, a empatizar con ellos, a
compadecerse de sus sufrimientos y a ayudarlos. De la corrupción del
amor de sí, debido al cálculo racional
del propio interés y de la competencia con los demás, nació, ya en
la sociedad, el amor propio,
siempre atemperado por la compasión. En la compasión o conmiseración con los
demás, se basan todas las virtudes sociales: la generosidad, la clemencia, la
humanidad, la benevolencia y la máxima sublime: ”Haz a los demás lo que quieres
para ti”.
En el estado de
naturaleza, el hombre tampoco conoció la guerra de todos
contra todos de la que habló Hobbes, innecesaria para un ser con pocas
pasiones, frenado por la piedad y desconocedor aún de la propiedad y del comercio.
La guerra es una institución que nace con la propiedad privada y
el Estado en la sociedad organizada. Así pues, en el estado de
naturaleza, donde los hombres vivían
errantes, solitarios, sin vínculos sociales, sin palabras, sin propiedad
y sin comercio, la guerra no existía, la desigualdad entre los hombres era
menor que en el estado civil y no existía ni la explotación del hombre por el
hombre, ni la dependencia, ni la sumisión. Los hombres eran allí libres e iguales.
3.3.- EL ORIGEN DE LA TECNOESFERA Y DE
LA SOCIOESFERA
Las causas del
alejamiento del hombre del venturoso estado de naturaleza debieron ser de
índole climática. Se sucedieron años estériles, inviernos prolongados, veranos
abrasadores. La naturaleza dejó de ser la madre generosa que alimentaba sin
trabajo a la criatura humana, de modo que ésta, en competencia con otros
animales, aguzó su ingenio inventando herramientas.
Los hombres inventaron anzuelos, sedales, arcos y flechas y se hicieron pescadores
y cazadores. Dominaron y conservaron el fuego y cocinaron los alimentos que antes comían crudos. Su
superioridad le condujo a enseñorearse de los animales y a domesticarlos. La conciencia de su
superioridad engendró en él el orgullo, que precipitó la caída del hombre.
Perdida la coincidencia inocente y espontánea con la naturaleza y consigo
mismo, se inicia la reflexión, en la que Rousseau encuentra la causa de la
alienación. Si la naturaleza “…nos ha
destinado a estar sanos, casi me atrevo a asegurar que el estado de reflexión
es un estado “antinatural”, y que el nombre que medita es un animal depravado”.
La necesidad recíproca
les condujo a formar grupos. Surgió entonces la familia y los
sentimientos familiares y con ella la división sexual del trabajo, que
encerró a las mujeres en sus chozas al cuidado de sus hijos, mientras los
hombres buscaban el sustento fuera del hogar. La vida social perfeccionó el lenguaje.
Se formaron grupos más amplios y surgieron las naciones, unidas por las
costumbres y aún no por leyes. Surgieron las artes: el canto y la danza
y con ellas la lucha por el reconocimiento y la estimación.
3.4.- LA DIVISIÓN SOCIAL DEL TRABAJO, LA
PROPIEDAD PRIVADA Y LA SOCIEDAD CIVIL
Este estado,
intermedio entre el estado natural y la sociedad civil, fue la verdadera
juventud del mundo, el más feliz para el hombre y nunca debió salir de él, nos
dice Rousseau. Pero la invención de las técnicas
de la agricultura y de la metalurgia condujo a una revolución
(la revolución del neolítico de la que
nos hablan los historiadores),que generó la división social del trabajo,
la propiedad privada, el surgimiento de las primeras reglas de justicia
y el nacimiento de la sociedad civil: “El primero a quien después de
cercar un terreno se le ocurrió decir “Esto es mío” y halló personas bastante
sencillas para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil”.
3.5.- EL PACTO FRAUDULENTO Y EL ORIGEN
DEL ESTADO DE LOS RICOS
Estas
transformaciones sociales y técnicas hicieron nacer un nuevo tipo de hombre, con todas sus
facultades: imaginación, memoria, razón y el amor propio completamente desarrolladas. Nació también la
astucia, el egoísmo y el ansia de posesión, así como la oposición entre ser
y parecer más de lo que se es. La propiedad privada creó la desigualdad
entre ricos y pobres, y la sumisión
de éstos a aquéllos. Desencadenadas las pasiones, se impuso el derecho
del más fuerte que, entrando en conflicto con el derecho del primer
ocupante, desencadenó la guerra de todos contra todos que Hobbes había
situado en el estado de naturaleza. La inseguridad de la vida causada por esta
guerra entre ricos y pobres, en la que los ricos tenían más que perder que los
pobres, condujo a aquellos a utilizar la astucia y a engañar a éstos
proponiéndoles un pacto fraudulento para garantizar la paz y la armonía
social. Los pobres, incultos, aceptaron la taimada propuesta de los ricos y corrieron al
encuentro de sus cadenas creyendo con ello asegurar su libertad. Así, mediante
este pacto social fraudulento y mistificador, los astutos ricos legitimaron su
riqueza y su poder en detrimento de los pobres, destruyeron la libertad natural
y crearon un Estado que, con sus leyes, legitimó la propiedad privada y la
desigualdad, sujetando al género humano al trabajo, a la servidumbre y a la
miseria.
3.6.- LOS TIPOS DE GOBIERNO
Las diferentes
formas de gobierno surgidas desde entonces, monarquía, allí donde un
sólo hombre se distinguía por su poder, riqueza, virtud o crédito, aristocracia,
donde había muchos que poseían dichas cualidades, o democracia, donde
había menos desigualdades de talento y de fortuna, culminan en la más
degenerada de todas, la tiranía, en la que todos los súbditos llegan a
ser iguales, en la medida en que cada uno de ellos no es ya nada, nada más
que un súbdito sometido a la voluntad
del señor y en la que no se
conoce ya otra virtud que la obediencia ciega. Con la tiranía se llega
al grado más bajo de libertad y al más alto de desigualdad, al punto más
distante de la igualdad de la que los hombres disfrutaban en el estado de
naturaleza. Pero con la tiranía, donde todo se reduce a la ley del más fuerte,
del tirano, se devuelve al hombre a un
estado de naturaleza más corrupto que el inicial, donde todos eran libres e iguales,
creándose así las condiciones para motines y revoluciones que derrocarán al
tirano, que no podrá ya invocar ningún
derecho para mantenerse en el poder, cuando una fuerza mayor que la suya le
derroque mediante la revolución.
3.7.- LA ALIENACIÓN DEL HOMBRE Y DE LA
SOCIEDAD CAUSADA POR LAPROPIEDAD Y EL ESTADO.
En resumen, es la sociedad
civil la que ha creado la desigualdad, la esclavitud,
el despotismo y la guerra, instituciones innaturales y
convencionales que desnaturalizan al hombre alienándolo de la naturaleza
y de sus semejantes. Pero Rousseau, realista, no propone un nostálgico e
imposible retorno al estado de naturaleza. Su optimismo antropológico tiene como contrapartida un pesimismo histórico, que le aleja de la
creencia optimista de los filósofos progresistas de su época en que el futuro
sería el lugar de la reconciliación entre los hombres donde brillaría el sol de
la igualdad y de la libertad reconquistadas.
Rousseau no es un filósofo utópico. No espera, como Engels, que la
negación de la negación supere la alienación del hombre y engendre
necesariamente un nuevo mundo libre de la desigualdad y de la opresión. Aunque
la libertad del hombre deja abierta dicha posibilidad, Rousseau no la considera
como resultado necesario del progreso de la historia. La historia es para él decadencia
y degeneración, por lo que la salvación, en todo caso, puede producirse
mediante la resistencia y la oposición al progreso de la destrucción o quizá
mediante la destrucción del progreso.
4.- EL CONTRATO SOCIAL
El “Contrato social” (1762) comienza donde
termina el “Discurso sobre la desigualdad”: “El hombre ha nacido libre y, sin embargo,
por todas partes se encuentra encadenado. Tal cual se cree el amo de los demás,
cuanto en verdad, no deja de ser tan esclavo como ellos”. Libro
I,Cap.I.
Rousseau se propone
en el Contrato encontrar una forma de organización política que, tomando a los
hombres como son y a las leyes como pueden ser, sea legítima y segura y
concilie lo que la ley permite y el interés prescribe, para que utilidad y
justicia no se separen.
Para explicar el
origen y el fundamento del contrato social que instituye la sociedad, Rousseau
asume el supuesto iusnaturalista del estado de naturaleza que
precedió a aquélla, como ya hicieron Hobbes y Locke. Imagina “a los hombres
llegados a un punto en el que los obstáculos que dañan a su conservación en el
estado de naturaleza logran superar, mediante su resistencia, la fuerza que
cada individuo puede emplear para mantenerse en ese estado. Desde ese momento
el estado originario no puede subsistir y el género humano perecería si no
cambiara de ser”. Contrato social. Libro I, Cap. VI.
Así las cosas, el
problema consiste en: “Encontrar una forma de asociación que defienda y
proteja con toda la fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado,
y gracias a la cual cada uno, en unión con todos los demás, solamente se
obedezca a sí mismo y quede tan libre como antes” , Contrato social. Libro
I. Cap.VI.
La cláusula
fundamental del contrato es la siguiente: cada asociado se aliena o enajena de
todos sus derechos al cederlos o entregarlos a toda la comunidad. Como esta
condición es común para todos, nadie quiere hacerla demasiado pesada para los
demás, pues también lo sería para sí.
El contrato es equitativo, porque cada socio, dándose
a todos, no se da a ninguno en particular y da a los demás los mismos derechos
que recibe de ellos, pero, además, todos salen ganando, pues cada uno de los
socios gana las fuerzas de los demás para conservar las que tiene.
La esencia del
pacto consiste en que: “Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo
su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, recibiendo a cada
miembro como parte indivisible de un todo”. Contrato social. Libro I,
Cap.VI.
El contrato que crea la sociedad y el Estado
hace nacer un cuerpo moral y colectivo, una unidad con un
yo común, con una vida y una voluntad común, con una voluntad general,
un cuerpo moral compuesto por tantos votos cuantos tiene la asamblea.
El contrato sustituye
la libertad natural, absoluta e incondicionada, por la libertad civil,
limitada por la voluntad general, el instinto por el deber y la posesión por la
propiedad. El contrato transforma al hombre natural en hombre moral
y civil, obediente a la ley de la razón
que él se ha dado a sí mismo y no ya al instinto.
La soberanía, el
ejercicio de voluntad general es inalienable, es decir, no
puede enajenarse nunca, pues ese ser colectivo que es el soberano, no puede
ser representado más que por sí mismo, pues la voluntad particular tiende
por naturaleza al privilegio, mientras que la voluntad general tiende al bien
común, y en el caso de armonía entre ambas, no puede durar.
La soberanía es indivisible,
pues o bien es la del cuerpo del pueblo o la de una parte de él, por eso,
Rousseau, a diferencia de Locke, no es partidario de la división de
poderes del Estado, ni de la existencia
de partidos políticos, que sustituirían la voluntad general por la de una
parte, la que representan los partidos políticos.
Rousseau distingue
entre la voluntad general y la voluntad de todos. La voluntad general es
siempre recta, tiende al bien común y a la utilidad pública.
Nunca se corrompe al pueblo, aunque frecuentemente se le engaña. La voluntad
de todos es sólo la suma de las voluntades particulares, cada una de las
cuales tiende a su bien particular y no al bien común. Si el pueblo, informado,
y sin la influencia de partidos, delibera, de la anulación de las diferencias
saldría la voluntad general.
El pueblo soberano,
ejerciendo su soberanía, establece la ley. Las leyes son actos de la
voluntad general. Como la soberanía es indivisible, Rousseau no admite la
división de poderes del Estado y considera que el poder legislativo, el
ejecutivo y el judicial residirán en la voluntad general. Las leyes tienen
por objeto lo general, no lo particular. La república es todo estado
regido por leyes emanadas de la voluntad general. Todo gobierno legítimo es
republicano. Es difícil, pero
necesario establecer leyes justas. Por ello, insiste Rousseau en la necesidad
de contar con un legislador sabio que oriente e ilumine la voluntad general. La
dificultad de la tarea hizo en otro tiempo a los legisladores reforzar las
leyes presentándolas como instituidas por los dioses.
La aplicación de la
ley corre a cargo de las autoridades políticas, que no tienen autoridad
propia, sino delegada, pues el sujeto de la soberanía y del poder
político es la voluntad general del pueblo, que es intransferible. La
voluntad general decide, pues la forma de gobierno y nombra a los
gobernantes, que son revocables por el pueblo que los ha elegido. Las
formas básicas de gobierno son tres: la democracia, que surge
cuando el soberano entrega el gobierno a todo el pueblo y que es la forma de
gobierno apropiada para estados pequeños y donde haya mucha igualdad en las
categorías y las fortunas, la aristocracia, que nace cuando el soberano
entrega el poder a un pequeño y selecto grupo y que es apropiada para estados
medianos y la monarquía, en la que un magistrado recibe el gobierno del
soberano, apropiada para pueblos grandes.
Rousseau considera
necesario que el Estado se dote de una religión
civil. Discrepa con ello de Bayle, que sostenía que ninguna religión es
útil al cuerpo político, pero también de Warburton, que sostenía que el
cristianismo es el más firme apoyo para el cuerpo político, pues para Rousseau
el cristianismo es más perjudicial que útil para la constitución del Estado,
pues separa el sistema teológico del político, lo que es fuente de divisiones
permanentes.
De las tres clases de religiones que Rousseau
distingue en función del criterio de su relación con la sociedad: la
religión del hombre, sin templos, sin altares, sin ritos y basada en el
culto interior a Dios, la más pura y simple religión del Evangelio, la
religión del ciudadano, que inscrita en un sólo país, le da sus dioses y
patrones propios y titulares y la religión del sacerdote, que establece
dos patrias, dos legislaciones y dos jefes, la peor con diferencia es ésta
última, pues no puede haber una república cristiana, ya que “…el
cristianismo no predica sino sumisión y dependencia. Su espíritu es harto
favorable a la tiranía para que ella no se aproveche de ella siempre. Los
verdaderos cristianos están hechos para ser esclavos; lo saben y no se
conmueven demasiado; esta corta vida ofrece poco valor a sus ojos”. Contrato.
Libro IV. Cap.8
Corresponde al
soberano establecer la religión civil. El soberano no podrá obligar a
creer los artículos de la religión civil, pero si podrá desterrar del Estado a
los que no los crean, no por impíos, sino por insociables e incapaces de amar
sinceramente las leyes. Los dogmas de la religión civil son pocos, fáciles y
precisos: la existencia de la Divinidad, poderosa, inteligente, bienhechora
y providente, la inmortalidad del alma, la justicia trascendente,
que premiará a los buenos y castigará a
los malos, la santidad del contrato y la tolerancia hacia todas
las religiones, excepto a la que sostenga que “fuera de la Iglesia no hay
salvación”, que debería ser expulsada del Estado, pues tal dogma sólo conviene
a un gobierno teocrático.
5.- EL EMILIO: LA PEDAGOGÍA DE ROUSSEAU
El “Emilio” (1762) es un tratado de
educación, pero contiene también la concepción del hombre de Rousseau. El presupuesto
en que se basa es que si la sociedad y la cultura corrompen la naturaleza
humana, la educación podría neutralizar la deformación que aquellas ejercen
sobre el hombre, aislando al niño de la sociedad y preservándole de su
influencia alienante, para educarle en los principios de la naturaleza.. El
Emilio consta de cinco libros, dedicados a las cinco etapas de la vida:
infancia, niñez, pubertad, adolescencia y juventud, en los que Rousseau
describe y prescribe la educación que el ayo o preceptor debe proporcionar a
Emilio, niño huérfano.
La educación de
Emilio, se desarrollará en el campo, alejado de todo contacto social, para
evitar una socialización incorrecta y totalmente librado a la influencia del
preceptor. Se divide en dos grandes fases. La primera ha de ser negativa. Se ha
de impedir toda imposición externa así como la adquisición de hábitos negativos
y vicios sociales, dejando al niño libertad para que aprenda por sí mismo,
basándose en su propia experiencia. La
educación intelectual ha de ser mínima. Ni libros ni razonamientos. Al final de
la etapa, el preceptor le permitirá la lectura de Robinson Crusoe de Daniel
Defoe. La segunda etapa, desde los quince años a la edad adulta exige ya la
preparación para la vida. Emilio alternará ahora el aprendizaje de habilidades intelectuales y
manuales, mediante el aprendizaje de un oficio y la educación moral y sexual, lo que le dispondrá bien para
conocer a Sofía.
6.- LA FILOSOFÍA DE LA RELIGIÓN DE
ROUSSEAU
En la “Profesión de fe de un vicario saboyano”, obra integrada en la cuarta parte del Emilio,
y con un fuerte componente autobiográfico, expone Rousseau su concepción deísta
de la religión, a la que concibe como una religión moral.
La primera parte de la Profesión la
dedica Rousseau a criticar el materialismo de Holbach y de Helvetius
(1715-1771), sosteniendo que la materia, cuya existencia conocemos a través de
nuestras sensaciones, es una masa inerte e inmóvil a la que sólo Dios pudo
poner en movimiento. En la segunda, el vicario expone sus creencias: la existencia
de Dios, la inmortalidad del alma, y la religión natural, creencias que le impiden hacer una crítica radical de las instituciones
religiosas, comparable a la de sus “amigos” ilustrados más anticlericales, pues
según nos dice:”La religión no es otra
cosa que la máscara del interés; y el culto sagrado, la salvaguarda de la
hipocresía”
Rousseau no hace un alarde de
originalidad para demostrar la existencia de Dios. Recurre al argumento
aristotélico-tomista del orden y la finalidad en el mundo o argumento del designio. Polemizando con
los materialistas, que explicaban el “orden” natural como resultado de la
combinación fortuita de la materia en el curso de largos periodos de tiempo,
Rousseau responde que el maravilloso reloj del universo exige un Relojero
divino y previsor que disponga ordenadamente las piezas para que el reloj
funcione, pues ”¿acaso se puede creer que
a fuerza de mezclar al azar multitud de veces las letras del alfabeto puede
surgir la Eneida?”. Dios sería, naturalmente, esa inteligencia ordenadora,
atributo al que añade Rousseau los de potencia, voluntad y bondad infinitas:
“…lo cierto es que el todo es uno y anuncia una inteligencia única, porque yo
nada veo que no esté coordinado a un mismo sistema y no concurra a un mismo
fin, que es la conservación de todo el orden establecido. Ese ser que quiere y
puede, este ser activo por sí mismo, este ser, sea cual sea, que mueve el
universo y coordina todas las cosas, yo le llamo Dios. A este nombre agrego las
ideas de inteligencia, potencia y voluntad que he reunido, y la de bondad que
es una consecuencia de ellas”.
Sin embargo, a
diferencia de los teistas, que creen posible conocer a Dios, Rousseau
niega tal posibilidad: “…más no por eso conozco mejor al ser que he llamado
de ese modo; se esconde por igual a mis sentidos y a mi entendimiento; cuando
más pienso en él, más me confundo; sé ciertamente que existe por sí mismo; sé
que mi existencia está subordinada a la suya y que todas cuantas cosas conozco
se encuentran en el mismo caso. En todas partes reconozco a Dios en sus obras,
le siento en mí, le veo alrededor mío, pero tan pronto como quiero contemplarlo
en sí mismo, así que quiero averiguar dónde está, quien es, cuál es su
sustancia, huye de mí y perturbado mi espíritu nada distingo”.
Así, pues, es imposible conocer la
naturaleza divina. Pese a ello, Rousseau sostiene que Dios es providente
y polemiza con Voltaire que,
deísta también, no creía en la Providencia divina, impactado por la gran
catástrofe que supuso el terremoto de Lisboa del año 1755. Voltaire cuestionó y
ridiculizó también, en su “Cándido”, la tesis leibniziana que sostenía que
vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Rousseau sostiene
también la creencia en la inmortalidad del alma, basándose en la tesis
dualista cartesiana según la cual, el hombre, además de un cuerpo material, que
no puede pensar, está dotado de un alma inmaterial, que siente, aunque
no puede conocer: “Siento mi alma, la conozco por el sentimiento y por el
pensamiento y sé que existe, sin saber cuál es su esencia, porque no puedo
razonar sobre ideas que no poseo.”, tesis en la que se manifiesta la influencia de
su amigo Hume, que afirmó que no tenemos ninguna idea, ni de sensación ni de
reflexión de la sustancia espiritual.
Sostiene también
Rousseau, polemizando con el materialismo
ateo y determinista de Holbach
(1723-1789) y siguiendo a S. Agustín, que el hombre está dotado de libre
albedrío, que le permite elegir entre el bien y el mal. Siguiendo a Locke y
a Hume, hace radicar la conciencia de la identidad personal en la memoria
y basa en ella la expectativa de la justicia divina, que premiará a los
buenos y castigará a los malos, coincidiendo en ello con Voltaire, que,
elitistamente, consideraba que si Dios no existiera, habría que inventarlo para
que el temor a los castigos de ultratumba mantuviera controlada a la “canalla”:
“Lo que sé bien es que la identidad del yo solamente se prolonga en la memoria
y que para ser efectivamente el mismo, es preciso que me acuerde de haber sido.
Ahora bien, no podría acordarme después de mi muerte de lo que he sido durante
mi vida sin acordarme de lo que he sentido, y, por consiguiente, de lo que he
realizado, y yo no dudo que este recuerdo constituya un día la felicidad de los
buenos y el tormento de los malos”.
Sin embargo, el
tierno y compasivo corazón de Rousseau, pese a su creencia en el juicio
final, no puede creer que, siendo Dios bueno y misericordioso, castigue con
penas eternas en el más allá a los malvados en el más acá: “No digo que los
buenos serán recompensados porque ¿qué otro bien puede esperar un ser excelente
que vivir conforme a la naturaleza? Pero sí digo que serán felices, porque
habiéndolos creado sensibles, el autor de toda justicia, no los hizo para
sufrir…pero han sufrido en esta vida y serán recompensados en la otra. Este
sentimiento se funda menos en el mérito del hombre que en la noción de bondad
que me parece inseparable de la esencia divina…No me preguntéis tampoco si los
tormentos de los malos serán eternos y si es bondad por parte del Autor de su
ser condenarlos a sufrir siempre…¿Qué me importa lo que ha de ser de los malos?
Tampoco me interesa su suerte. Con todo, me apena creer que sean condenados a
eternos tormentos…”.
La religión natural, a la que se refiere Rousseau en
el “Contrato” como religión del hombre, es una religión racional,
limitada por la razón, en el sentido de que todo lo que rebase los límites de
la razón en la religión, lo irracional o lo sobrenatural, como los milagros,
debe ser rechazado. Se trata de una religión que cada cual puede leer por sí
mismo en el libro de la naturaleza, cuyos caracteres son los impulsos y sentimientos que el Creador puso
en ella, como el amor de sí y la piedad, en los que se fundan los más elevados
preceptos morales. Influído por su amigo Hume, Rousseau considera que el verdadero templo de la divinidad no son las
catedrales, sino el corazón humano, de donde sale el sentimiento de amor a Dios
y a nuestros semejantes.
El vicario saboyano
contrapone así la revelación sobrenatural, formada por una variada gama
de creencias imaginarias, distintas para las diversas religiones y procedentes
de las fantasías de sus sacerdotes y la revelación natural, formada por
inclinaciones y sentimientos comunes a todos los seres humanos, cuya sede es el
corazón y la conciencia. La revelación sobrenatural es contraria a la razón,
pues nos insta a creer en la arbitrariedad de un Dios que elige a unos pueblos
en detrimento de otros, predestina a algunos individuos a la salvación y a
otros a la condenación eterna, pretende que creamos en los milagros, es decir,
en la suspensión de las inalterables leyes de la naturaleza, que son obra del
mismo Dios, lo que en consecuencia presupondría que Dios tiene necesidad de
corregirse a sí mismo y que su obra es, pues imperfecta. Además, nos pide que
creamos en los libros sagrados, sin que podamos saber si son obras de
Dios o de los hombres y en la infalible autoridad de la Iglesia,
habiendo tantas razones para creer en su falibilidad. Por tanto, la religión
natural, rechaza los ritos, los dogmas, los milagros y las autoridades de
las religiones positivas, históricas, que han conducido a la
irracionalidad, al fanatismo y a la masacre de impíos y herejes y asume la
creencia en un Dios racional.
Rousseau su ubica
así en el terreno del deísmo, concepción de la religión surgida en Gran
Bretaña tras las guerras civiles y religiosas, que pretendía depurar la
religión de las creencias irracionales y encontrar un denominador común de las creencias de las grandes religiones
positivas. El deísmo, fue desarrollado
en Inglaterra por J.Locke,
J.Tolland y M.Tindal y en Francia por Voltaire
(1694-1778), el primer Diderot y el propio Rousseau, y, a diferencia del agnosticismo,
que no cree que se pueda saber si Dios existe o no y cómo es y del
ateísmo de filósofos como el barón D´Holbach,
que negaron la existencia de Dios, sostiene que Dios existe y que es creador
del mundo y del hombre, aunque después de crearlos se desentendió de ellos,
como pensaba Voltaire, por lo que no es responsable de los males del mundo,
atribuibles sólo al mal uso del libre albedrío que Dios le otorgó. Los deístas
rechazaron las religiones positivas, aceptando la religión natural, negaron la
revelación sobrenatural, y defendieron una religión natural, que rechazaba
ritos y cultos.
La teodicea de Rousseau tampoco es
original. Dios no es responsable del mal en
mundo, ni del mal físico, ni del moral, ni del metafísico. Dios es
bueno y todo en el mundo salió perfecto de
sus manos, por lo que el responsable de la existencia del mal en el mundo no es tanto el hombre, que es bueno por naturaleza, cuanto
la sociedad, corruptora de su bondad y de su inocencia originaria, como
sostiene E. Cassirer: “todo sale perfecto
de las manos del creador de la naturaleza, todo degenera en las manos de los
hombres”, “El ser humano ha nacido libre y en todas partes se encuentra
encadenado”. Rousseau quita hierro a los males que afligen al hombre. El mal
físico, como el dolor, avisa al hombre de que algo no anda bien en su
organismo y las enfermedades son producto de la corrupta vida civilizada. El mal
moral es responsabilidad exclusiva de los humanos, como decía S. Agustín,
pues, dotados de libre albedrío, que les permite distinguir entre el
bien y el mal, son responsables y culpables de los males que les atormentan y
el mal metafísico, la muerte, no es tal, pues forma parte de la
naturaleza humana y no sería tan temible si no hubiera sido rodeada de lúgubres y erróneas ideas por la cultura.
De hecho, el hombre, en el estado de naturaleza, no conocía la muerte, como
tampoco la conocían Adán y Eva antes del pecado y la expulsión del
paraíso.
La moral rousseauniana
no es una moral religiosa, ni es una moral heterónoma, dependiente de Dios y
sometida a la religión, como la católica. Es una moral naturalista, basada en
el pseudónimo secularizado de Dios que es la Naturaleza y en la Razón, que
permite al hombre captar las supuestas leyes naturales. Los preceptos de esta moral
naturalista deberían basarse en esas inclinaciones que forman parte de la
naturaleza humana, como el amor de sí, la compasión y la benevolencia, y no en
las normas convencionales, artificiales y antinaturales inventadas por la sociedad.
7.- REPERCUSIONES DE SU OBRA
Lo obra de Rousseau
produjo una fractura en el pensamiento ilustrado francés, al distanciarse del
floreciente mito del progreso cultivado por los filósofos ilustrados y al
criticar el carácter convencional y alienante de la sociedad civil, basada en
la propiedad privada y el Estado.
Rousseau contribuyó a crear el nuevo clima cultural
prerromántico, rehabilitador de la sensibilidad y del sentimentalismo de las “almas bellas”, que preparó el
romanticismo, espíritu, tan evidente en “Julia o La Nueva Eloisa”, que hizo que
Hölderlin considerase a Rousseau en su poema “El Rhin” como un “hijo de la
tierra”.
La crítica rousseauniana fue aplaudida por los protagonistas jacobinos
de la Revolución francesa y en el siglo XIX, por el marxismo, que vio en los “Discursos”
el precedente de la dialéctica y de la teoría de la alienación y por el
anarquismo. La crítica rousseauniana de la civilización anticipa la efectuada por Sigmund Freud en “El malestar en la cultura”, donde el fundador del
psicoanálisis concibe a la civilización
como la negación represora de la naturaleza y causa de la neurosis y de la
enfermedad del hombre civilizado, crítica que recoge Herbert
Marcuse en su obra “Eros y civilización”, obra en la que postula la utopía
posible de una civilización no represiva, donde se haya superado la
sobrerrepresión que el capitalismo ejerce sobre la base libidinal de la
naturaleza humana en beneficio de la explotación del trabajo y de la
acumulación capitalista.
Su obra
sugiere también la crítica de la razón instrumental llevada a cabo por la Horkheimer y Adorno y puede ser
considerada precedente de la
contracultura que T. Roszack
preconizó en la estela del movimiento hippie de los años sesenta.
La nostalgia del paradisiaco estado de
naturaleza perdido y la propuesta utópica de reconquistarlo puede encontrarse
actualmente en la figura del filósofo anarquista norteamericano John Zerzan, partidario de un anarcoprimitivismo que propugna la
superación de la alienante civilización tecnocientífica de las sociedades
industriales avanzadas.
Por otra parte, E. Durkheim, vio en J.J. Rousseau al
primer sociólogo, por haber resaltado el papel de la división social del
trabajo en la diferenciación y en la estructura social y Levì Strauss le consideró
como uno de los padres de la antropología, por la introducción de la ficción teórica del estado
de naturaleza, grado cero de la civilización, que le permitió medir la
distancia entre el estado del hombre civilizado actual y la prístina naturaleza
humana y por sus referencias etnográficas a los pueblos salvajes.
Jean Starobinski, en su monografía sobre nuestro
autor titulada “J.J.Rousseau. La transparencia y el obstáculo”, interpreta los “Discursos”
de Rousseau como producto de la secularización del mito bíblico de la caída del
hombre por el pecado. Como en la Biblia, también en los “Discursos”, se supone
un estado paradisiaco, el estado de naturaleza, en el que los hombres no
habrían conocido ni la necesidad ni la muerte, y del que se enajenaron al
“caer” en la historia.
Por último, Clément Rosset, en su ensayo la “Antinaturaleza”, acusa a Rousseau
de ser el restaurador de la religión y de la metafísica en el siglo XVIII,
restauración basada en la nostalgia de una naturaleza perdida e indefinible,
accesible sólo mediante transportes
místicos, desde la que Rousseau impugna
por falso, antinatural y artificial, el presente. La insatisfacción y el
resentimiento contra este mundo, habrían conducido a Rousseau a negar por
irreal y aparente este mundo terrenal para refugiarse en el paraíso perdido de
la naturaleza, que él ubica en el pasado, remedando en esto al mito de la edad
de oro de Hesiodo, mientras que otros nihilistas lo ubican en el futuro o en la
“otra vida”.
Los filósofos
liberales han criticado el carácter totalitario del contrato social, que
diluiría la libertad individual en el todo de la voluntad general,
sacrificándola ante el Moloch del Estado, así como por su rechazo de la
división de los poderes y de los partidos políticos. Los anarquistas, pese a simpatizar con él por
su denuncia de la desigualdad y del poder, han criticado también el contrato
social rousseauniano por su carácter totalitario y supresor de las libertades
individuales, como hizo Bakunin.
RESUMEN DE LOS CAPÍTULOS VI Y VII DEL CONTRATO SOCIAL
Resumo brevemente,
a título contextualización del texto de Rousseau los capítulos I,II,III.IV y V.
Nos dice en ellos Rousseau que: La
familia es la sociedad más antigua y natural. En ella, los hijos deben
obediencia a los padres hasta que se emancipan, momento a partir del cual se convierten en seres autónomos y libres. Es
también el primer modelo de las sociedades políticas, pues el jefe es la imagen
del padre y el pueblo de los hijos, pero el amor del padre que le conduce a
cuidarlos, deja paso al amor al poder del jefe.
Rousseau cuestiona
la tesis de Grocio, que sostiene que el poder no se establece a favor de los
gobernados, poniendo como ejemplo la esclavitud. Critica también a Hobbes,
quien compara a la especie humana con un rebaño guardado por un jefe y discrepa
de Aristóteles, quien justificaba la esclavitud considerándola natural, pues si
hay esclavos por naturaleza, responde Rousseau a Aristóteles, es porque primero
hubo esclavos contra naturaleza, pues la fuerza convirtió a los hombres libres
en esclavos y la cobardía los perpetuó como tales.
Critica también la
doctrina del derecho del más fuerte, pues la mera fuerza no crea el derecho. Si
un ladrón me amenaza con matarme, si no le doy la bolsa, le obedezco por
prudencia, pero su fuerza no crea en mí
conciencia obligación moral alguna hacia él. Además, si la fuerza crease
el derecho, éste cambiaría al haber una fuerza mayor que la primera. Así pues,
siendo iguales los hombres por naturaleza, la esclavitud es una institución
convencional. Rousseau critica la tesis de Grocio según la cual, de la misma
forma que un particular puede enajenarse de su libertad y convertirse en
esclavo de un señor, también podría hacerlo un pueblo, alegando que: 1) hay una
gran diferencia entre un particular y un pueblo, pues aquél cedería su libertad
al amo a cambio de su manutención, mientras que en el caso del pueblo, no
recibiría nada a cambio de la renuncia a su libertad, pues además debería
mantener al rey, 2)Además, tal contrato
es absurdo, ilegítimo y nulo, pues los padres podría renunciar a su libertad
enajenándose de ella a favor del rey, pero no tienen derecho a enajenar la de
sus hijos, pues atentaría contra los fines de la naturaleza, por lo que para
que tal gobierno fuera legítimo, el pacto debería renovarse cada generación, y
3) quien renuncia a la libertad renuncia a la humanidad y a la responsabilidad.
Critica también la tesis de Grocio de que la guerra da derecho al vencedor a
hacer esclavos a los vencidos a cambio de perdonarles la vida, pues dice
Rousseau que la guerra es una relación de Estado a Estado y no de hombre a
hombre, por lo que destruido un Estado por otro, el vencedor no tiene derecho a
esclavizar a los vencidos en cuanto hombres, y, en cualquier caso, si lo
hiciera, estos estarían forzados a obedecer, pero no obligados moralmente a
ello, hasta que fueran lo suficientemente fuertes como para derrocarlo. Por
eso, “esclavo y derecho son palabras contradictorias. El esclavo lo es de
hecho, pero no de derecho”
Hay gran
diferencia en someter a una multitud por la fuerza y gobernar una sociedad. La
sumisión de la multitud a un amo, da lugar a un señor y a sus esclavos. La
elección de un jefe crea un pueblo. Pero examinemos, antes que la elección del
jefe por el pueblo, cómo se constituye un pueblo. El pueblo se constituye como
tal mediante el pacto social.
Capítulo VI del
Contrato social
(1-6)Para explicar el pacto social Rousseau parte de suponer
un momento en que los hombres, todavía en el estado de naturaleza, encuentran
en él ya más perjuicios que beneficios, de modo que para sobrevivir necesitan
cambiar de estado y de manera de ser.
(6-11)Como cada hombre no puede aumentar su propia fuerza para
vencer los obstáculos a los que se enfrenta en el estado de naturaleza, para
conservarse, decide sumarla a la de los demás con objeto que la fuerza mayor
que salga de la unión, le permita vencer los obstáculos que amenazan su
supervivencia individual.
(12-17) Pero entonces surge la pregunta siguiente: ¿no
perjudicará a cada uno de los socios crear una fuerza mayor que la de cada uno
de ellos, renunciando así a su propia fuerza y libertad, para resolver los
problemas de todos?¿No le hará a cada uno de los socios abandonar su propio
cuidado?.
(18-22)El problema del contrato social radica en “encontrar
una forma de asociación que defienda con toda la fuerza común a la persona y a
los bienes de cada asociado y, gracias a la cual, cada uno, en unión con los demás,
solamente se obedezca a sí mismo y quede tan libre como antes”. Una
organización como la de los tres mosqueteros, con el lema “uno para todos y
todos para uno”.
(23-30)Las claúsulas del contrato se establecen al pactar los
contratantes. Aunque nunca hayan sido enunciadas formalmente, son las mismas en
todas partes. Todos las conocen y las admiten. Si se viola el pacto, si se
rompe el contrato, los socios contratantes recuperan los derechos originarios
que tenían en el estado de naturaleza, su libertad natural y pierden la
libertad convencional por la cual renunciaron a aquélla.
(31-35)Las claúsulas del pacto social se reducen a una: cada
asociado se aliena o enajena de todos sus derechos al cederlos o entregarlos a
toda la comunidad. Como esta condición es común para todos los socios, nadie
quiere hacerla demasiado pesada para los demás, pues entonces, también lo sería
para él.
(36-42)La enajenación
sin reservas de todos los
derechos de cada socio a favor de la asociación, hace que ésta sea la más perfecta
posible. Pero la cesión de cada socio de todos sus derechos ha de ser total,
pues si conservasen algunos, al ser todos iguales y al no haber entre ellos
ningún superior, en caso de litigio, no habría un juez imparcial que dictase
una sentencia justa entre ellos y el público. Pero entonces, cada uno se
convertiría en su propio juez y sería parcial, lo que les devolvería al estado
natural de conflicto.
(43-46)El contrato es equitativo porque cada socio, dándose a
todos, no se da a ninguno en particular y da a los demás los derechos que de
ellos recibe, pero cada uno gana la fuerza de todos los demás para conservar
las que tiene.
(47-51) La esencia del pacto consiste en que:”Cada uno de
nosotros pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de
la voluntad general, recibiendo a cada miembro como parte indivisible del
todo”.
(52-65) El contrato que crea la sociedad hace nacer un CUERPO
MORAL o COLECTIVO, una unidad con un YO COMÚN, una vida y una VOLUNTAD COMÚN,
UNA VOLUNTAD GENERAL, cuerpo moral que está compuesto por tantos votos cuantos
tiene la asamblea. La persona pública o cuerpo moral se llama ESTADO cuando es
pasivo (el Estado es lo que está
permanece). La persona pública o moral se llama SOBERANO cuando es
activo y decide. Se llama PODER, cuando se compara con otros poderes soberanos
o Estados. Se llama PUEBLO cuando nos referimos al conjunto de los ciudadanos
asociados. Los asociados se llaman CIUDADANOS en cuanto participan de la
autoridad soberana y SÚBDITOS, en la medida que están sometidos a la ley que
ellos mismos han creado.
Capítulo VII del
Contrato social.
(66-74)“El acto de
asociación encierra un compromiso recíproco del público con los particulares”
Estos se comprometen con el cuerpo político, con el todo y éste se compromete
con los particulares. Pero cada particular
se halla comprometido por la relación doble que ha contraído. Por una
parte, como miembro del soberano, del cuerpo moral respecto de los particulares
es legislador. Por otra, como miembro del Estado respecto del soberano es
súbdito. En este caso de la relación de los particulares con el todo, no puede
aplicarse la máxima del derecho civil de que nadie está obligado a cumplir los
compromisos que contrae consigo mismo, pues hay mucha diferencia entre obligarse
a sí mismo mediante un compromiso y obligarse a si mismo mediante un compromiso
o contrato con todos los demás.
(75-88) Del pacto social nace una persona pública, que puede
deliberar, en una asamblea, para tomar una decisión, al igual que lo hace
cualquier persona antes de actuar. Si tras la deliberación, el soberano o
persona pública establece una ley, los súbditos o socios particulares que
forman parte del todo social, del soberano, están obligados a obedecerla. Pero
esa ley que ha establecido el soberano tras la deliberación pública, no es
obligatoria para el soberano, es decir, para el cuerpo político que la ha
establecido, por lo que puede o bien
revocarla o bien infringirla. Es decir, las personas privadas están obligadas a
cumplir la ley, que es la expresión de la voluntad general de la persona
pública que es el cuerpo político, pero la persona pública que surge del pacto
asociativo, no está obligada a cumplirla incondicionalmente, sino hasta que la
considere conveniente y no la revoque. El soberano se encuentra, pues en la
misma situación que una persona que contratase consigo misma, que puede
rescindir el contrato sin contar con nadie.
(89-94) Como el cuerpo político o soberano procede del
contrato. El soberano no puede comprometerse u obligarse a nada que derogue el
acto del contrato por el que nace el soberano. No podría someterse a otro
soberano o enajenarse de alguna parte de sí mismo.
(95-101) El contrato reúne a una multitud en un cuerpo o
persona pública que es el soberano. Por el pacto, las partes contratantes se
obligan a prestarse apoyo mutuo. Pues si se ataca a uno de los socios, es como
si se atacase a todos y si se ataca al todo, es como si se atacase a cada
socio.
(102-112)Como el todo, el soberano, está formado por los
particulares no puede tener intereses contrarios a los de los particulares y no
puede querer perjudicarlos, de la misma forma que el cuerpo no puede querer
perjudicar a sus órganos. Por ello, el poder soberano no tiene necesidad de
garantías respecto a sus súbditos.”El soberano por ser lo que es, es siempre lo
que debe ser”. Pero no ocurre lo mismo con los socios particulares que, además
del interés común, tienen intereses particulares y contradictorios. Por lo que
debe encontrar medios para asegurarse de la fidelidad de los socios, pues, en
caso contrario, disfrutarían de los derechos de ciudadano, sin cumplir los
deberes de súbdito, como, v.g. aquéllos que se benefician de los servicios
públicos y exigen que el Estado los mejore, pero se niegan a pagar impuestos.
(112-133) Por ello, para que el pacto no sea vano, hay que
concluir que el particular que se niegue a obedecer la voluntad general, debe
ser obligado por todo el cuerpo social, es decir, por el soberano, lo que
significa “…que se le obligará a ser libre”. Esta paradójica fórmula
rousseauniana deja de serlo si se distingue entre la libertad natural, de la
que disfrutaban los hombres en el estado de naturaleza, donde podían hacer todo
lo que quisieran y pudieran y la libertad convencional o civil, adquirida por
los particulares al establecer el contrato social y convertirse en ciudadanos,
basada en la renuncia a la libertad natural para disfrutar de las ventajas que
ofrece la sociedad a sus miembros. La libertad civil o convencional adquirida
por los particulares mediante el contrato, por el que renuncian a la
independencia del estado natural, les convierte en seres dependientes del todo
que forman mediante su asociación, convirtiéndoles en ciudadanos comprometidos
con la “patria”, que puede obligarles a cumplir los compromisos contraídos por
el pacto.
Por el contrato el
hombre sustituye su libertad natural por la civil, el instinto por el deber,
sus inclinaciones y apetitos por el derecho, la libertad absoluta e
incondicionada por la libertad civil, limitada por la voluntad general, la
posesión derivada del derecho del primer ocupante por la propiedad, la libertad
del apetito por la libertad moral basada en la obediencia a la ley, la
desigualdad natural, de fuerzas y de talentos, por la igualdad moral y cívica,
aunque bajo los malos gobiernos la igualdad es aparente e ilusoria y sólo sirve
para mantener al pobre en la miseria y al rico en su usurpación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario